“En tiempos en que nuestra gente vive bajo la opresión, es poco lo que logramos sin un propósito en favor de su bienestar. Podremos luchar y morir. Podríamos huir, y vivir hasta nuestra vejez, esperando el momento de nuestro final, pensando varias veces e implorando al cielo como ultima voluntad, el volver aquí y gritarle a nuestros enemigos, que podrán quitarnos nuestras vidas, pero jamás…¡¡¡NUESTRA LIBERTAD!!!”
Desde nuestra infancia, como personas hemos buscado a una persona a quien seguir como ejemplo. Ya sea por su entereza, valores admirables, o por su entrega a una causa noble, siempre ha habido quienes despiertan en nuestro corazón, el ideal a seguir para forjar un gran legado. Muchas personas han existido a lo largo de la historia que logran ese triunfo en nuestro ser, los que incluso han alcanzado el nivel de leyenda. Gran parte de estas grandiosas personas, las podemos encontrar en los libros de historia, especialmente aquellos que hablan de la Edad Media.
El día de hoy, les hablaré de un gran héroe, cuyo valor y arrojo en la batalla, fueron la personificación de la llama de rebelión escocesa. Defensor incansable de su reino, bajo su liderazgo las tropas escocesas aprendieron el significado de la victoria Como si en él viviera el espíritu de la grandiosa Boadicea, William Wallace llevaría su revuelta a una guerra abierta contra Inglaterra, en busca de la soñada libertad para toda Escocia.
Durante los años de reinado del Rey Eduardo I de Inglaterra, el llamado Zanquilargo intento consolidar su poder en sus dominios. Si bien logro asegurar su monarquía en suelo ingles, quiso extender su poder hacia Gales, fortificando y poblando las tierras próximas a la frontera. De paso, recibió concesiones territoriales, que le daban autoridad sobre una buena parte de Irlanda.
Tiempo más tarde, Eduardo se vio arrastrado a la guerra contra Francia, exigiendo de paso que Escocia se le uniese a su causa. El reinado escoces rechazo la solicitud, alegando que Eduardo había reclamado soberanía sobre Escocia de manera prepotente. En su lugar, se formo en 1295, la Auld Alliance, llamada también Vieja Alianza, que tendría un propósito protector entre Francia y Escocia, en contra de Inglaterra.
Todos estos antecedentes, daban pie a una creciente hostilidad inglesa en contra de su vecina Escocia. No fue hasta 1296, que en respuesta a una fallida incursión escocesa en contra de Inglaterra, Eduardo humillaría a su enemigo saqueando la localidad de Berwick. Al hacer esto, se llevo consigo, la Piedra de Scone, con la cual la realeza escocesa coronaba a sus monarcas. Una victoria que si bien fue moralmente fuerte contra Escocia, le duraría poco ante nuevas revueltas ocurridas bajo el mando de un mítico caballero escoces. Ha llegado Wallace a nuestro relato.
Como surgido de las más asombrosas fantasías medievales, las leyendas describen a William Wallace como un guerrero con porte real, con orígenes humildes. Las asombrosas gestas logradas por el llamado “Martillo de los Ingleses”, llegaron a asignarle carácter mítico, haciendo alusión a su bestial fuerza y valor, para acabar con cuanto enemigo osara plantarle cara, usando su temible espada de más de 1,5 metros de largo.
No fue hasta el 11 de septiembre de 1297, que Wallace tomase protagonismo ante las pretensiones inglesas, fecha en que se libro la famosa Batalla de Stirling. Superados ampliamente en numero, los escoceses liderados por William Wallace, y Andrew de Moray, lucharon con gran valor, asestando una derrota aplastante a los ingleses, lo que inclino de paso, el curso de la guerra en favor de Escocia. Este triunfo, también le valió el titulo de guardián de Escocia al propio Wallace.
Por desgracia, la sorpresiva victoria escocesa solo sirvió en todo caso, para aumentar la ira de quien seria llamado, “El Martillo de los Escoceses”. Habiendo regresado de sus campañas en Francia, Eduardo se encamino hacia Escocia, con el fin de acabar con la insurrección lo antes posible. En 1298, libro contra el propio Wallace un gran combate en la batalla de Falkirk. Esto se saldo con la derrota de los escoceses, quienes debieron retirarse a fin de fortificar sus posiciones, y frenar el avance ingles. Este fracaso, obligo a Wallace a renunciar a su cargo como Guardian de Escocia, y vivir como proscrito defensor de su gente. En el cargo, fue sucedido por Robert Bruce.
Aprovechando el éxito que obtuvo contra los escoceses, Eduardo encamino sus tropas de vuelta a Stirling en 1304, a fin de asegurar una posición solida. El lugar había sido fortificado previamente, aunque ello poco importo para el monarca ingles. Ordeno poner sitio al castillo de Stirling, construyendo un arma única en su tipo para asediarla, Warwolf, el lanzapiedras más grande que se haya construido en la historia. El aterrador aspecto de este equipo de asedio, se correspondía con el impacto que tuvo su uso contra los muros de Stirling, pues poco se conserva de los mismos, a raíz del feroz ataque.
Un año después del ataque a Stirling, Eduardo volvería a cantar victoria, a raíz de la aciaga fortuna que pesaba sobre los escoceses, pues a través de la traición entre su propia gente, William Wallace seria entregado a los ingleses. Se le imputaron cargos de alta traición en contra del rey Eduardo I, aunque el mismo se defendería argumentando que en ningún momento había jurado lealtad a la corona inglesa. Esta férrea posición respecto a su causa, le llevaría a la ejecución, donde sus restos serian enviados a todos los rincones de Gran Bretaña, como advertencia para quien osara rebelarse en contra de Inglaterra. El efecto esperado, fue todo lo contrario.
Con la muerte de Eduardo I, era aun más grande el deseo de venganza de Escocia por la muerte de Wallace. El sucesor del trono ingles, Eduardo II, no logro estar a la altura del perfil de su padre, cosa que quedaría en evidencia en la Batalla de Bannockburn. En dicha instancia, Robert Bruce, ahora convertido en rey de Escocia, se disponía a firmar la paz con su homologo ingles, aunque al final de cuentas, esas negociaciones fracasaron, dando lugar a una gran batalla. El ejercito escoces era ampliamente superado en número, aunque su deseo por romper las cadenas de su yugo ante Inglaterra, hizo que se equilibrara el fragor de la batalla a su favor. Habiendo logrado que Eduardo II escapara del combate, fue obligado por Robert a reconocer la independencia de Escocia, cosa que el monarca accedió. Después de varios años, la gente escocesa había logrado su tan ansiada libertad, la cual duraría hasta el siglo XVII.