El hombre tiene mil planes para sí mismo. El azar, sólo uno para cada uno.
Mencio
Una pelea a tres asaltos
El golpe fue fuerte, pero lo suficiente para hacerle perder el equilibrio. Un silbido agudo inundó su oído derecho. No era primera vez que lo escuchaba. Levanta la guardia, no te confíes, se dice esas palabras pero no usa su propia voz, sino la de la Bestia. Pero él no estaba ahí, ¿verdad? Miró al público, gritones, apostadores deseosos de sangre, pero no eran el monstruo que dominó su infancia.
Tampoco vio maldad en su oponente. Era un joven grande, con un derechazo letal, pero no era aquel monstruo. Solo otro combatiente tratando de forjarse un nombre.
Se repite las reglas. Los rounds duran cuatro minutos. No patadas, no codazos, ni rodillazos o cabezazos. Esto no significa que aquel circuito callejero fuera menos violento, para el gusto de los espectadores los puños son envueltos en vendas de algodón blanco, las que terminarán de un sanguinolento color rojo.
—¡Pelea!
El juez ordena. Mangosta obedece. Es agresiva y veloz, golpea los costados de su contrincante, el cual no solo resiste, sino que parece dibujar una risita macabra. La estaba subestimando, o peor que eso, estaba declarando que simplemente no estaban en la misma categoría. Ella recibe un gancho de izquierdo en uno de sus hombros, es uno de esos golpes que se dan para cansar a los combatientes, luego lanza un recto directo a la boca de su estómago. Es joven, es fuerte, pero no es tonto. Tenía una estrategia contra ella y le estaba resultando.
Ella retoma su guardia, pero es muy lenta, un nuevo gancho al hombro, seguido por un golpe cruzado. Ella intenta regresarle un upercut, pero su golpe se pierde en el aire. Decide ir a cazar al niñato, uno de sus jab se instala en el rostro del chico, intentó complementarlo con un segundo golpe, uno realmente fuerte, pero fracasó. Nuevamente casó aire.
—¡Alto!
La orden fue escuchada por ambos combatientes. El equipo de su rival le da agua, cuida de sus lesiones, que no son muchas. Ella no tiene a nadie en su esquina, no bebe agua, sabe que sería un error.
El boxeo no es su arte marcial primaria, en India “estudió” Kalaripayattu. Siguió las técnicas de Kali, Chandi, y Durga. Velocidad, elasticidad y el uso de armas. No se le permitía la desconcentración, aunque esas maestras y yogis, fueron exigentes, eran un descanso de la Bestia y sus ojos que todo lo veían.
—¡Pelea!
Segundo asalto de tres. Esta vez el joven combatiente tomó la iniciativa, jabs, rectos y ganchos. Ella esquivó la primera combinación sin problemas. Antes había esquivado espadas, dagas y látigos; mismos que habían cambiado por tentáculos, aguijones y balas desde que estaba con la Acracia. Siempre al lado de Sombra, pero ahora él no estaba, la había dejado sola para buscar su destino. Era como conocer el mar y luego permitir que te encerraran en un sótano húmedo.
Abuela le había advertido: aquello no podía durar para siempre y lo bueno siempre es breve. ¿No es así? Sí, porque recordar un beso le era más complejo que traer de vuelta el aliento alcohólico de su padre.
Logra esquivar un largo gancho de izquierda, pero es una trampa. El golpe real es un gancho diestro. Directo en el pómulo, un paso atrás, otro más. Las piernas flaquean. El joven retador sonríe seguro de si mismo. ¿Cómo no hacerlo? Su contrincante es una madeja confundida.
—¡Alto!
Estaba perdiendo, sin duda. Todo el dinero iría para el niñito, incluido el depósito. No sería su primer fracaso, pero sí el más bufo.
Se dejó caer en la esquina, contempló como su contrincante era atendido. Entonces sintió como alguien limpiaba su frente, y le ofrecía algo de agua.
Ella no tuvo que darse vuelta, conocía esa aura, esa estúpida e intensa aura. Sid.
—¿La Bestia? –Preguntó.
Odiaba que la conociera tanto. ¿Cuándo pasó eso? Aún así ella reconoció que tenía razón.
—Deja de pensar en él—continúa el recién llegado—, él ya no está aquí, no puede hacerte daño.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque yo mismo fui yo quien le dio muerte.
La revelación la descompensa un poco, pero no puede preguntar pues el referí hizo el llamado al último round.
El público esta ansioso por verla caer. Gritaban obscenidades, ella se volteó a ver a su visitante. Era el mismo de siempre, salvo por un impermeable azul que le hacía ver como un policía de los ochenta.
No podía perder delante del maldito Sid.
Esquivó con un movimiento circular los dos primeros golpes del joven aspirante, pero la batalla no se ganaba esquivando golpes. Dio un paso diagonal, metiéndose tras su guardia y soltó un golpe en su estómago. Esto le obligó a doblarse hacia delante, luego aplicó un gancho izquierdo, solo para mantenerlo en la misma posición. Nuevo golpe de derecha, esta vez en el rostro del joven galán. Brota sangre, eso enloquece a los animales del público, ella se lanza hacia delante y usando su peso, derriba a su contrario. Este está en el suelo, en una pelea normal alguien la detendría, pero aquellos que la rodeaban eran mafiosos, delincuentes y desviantes del bajo mundo, sin facción, o peor, espías de alguna de las tres facciones que estaban en guerra con la suya.
Cuando estaba sobre el caído dio un golpe con fuerza, pero no bastó para noquearlo, no parecía un humano normal. Otro golpe y el peligroso combatiente trastabilló.
Ella iba a atizar una última carga letal, pero sintió la mano del arbitró deteniéndola, y arrojándola a la otra esquina. Contuvo sus reflejos para no golpearlo también a él.
—Ya está inconsciente.
Esa fue la frase del juez veterano. Luego tomó la mano de la mujer y la alzó. El público poseído por aquel breve, pero abrasivo, momento de violencia, comenzó a gritar el nombre por el cual todos la conocían: Mangosta, misma que ha destruido a una nueva cobra.
Hamburguesas, el primer amor y un disco de Velvet Underground
Se conocían hace años, demasiados para numerarlos, no tantos como para decir de toda una vida. Antes de esto ambos habían declarado haber estado enamorados de otros seres previamente, pero uno al otro se probaron equivocados. Aquello no podía durar mucho, tenían cerca de diecinueve años, personalidades y egos demasiado afiladas, de esos que solo se suavizan con los años, con las pérdidas.
—Tú me dejaste a mi—dijo ella.
Luego de aquella gran declaración, una gran mascada a su hamburguesa. Algo de tomate, mayonesa y mostaza fueron a dar al plato, a pesar de ser vegetariana, aquella cosa se veía desagradablemente deliciosa, en aquello coincidían.
—¿Sabes por qué? —Preguntó él.
Ella movió la cabeza negativamente, mientras echaba un manotazo a las papas fritas del plato de su viejo amigo.
—Por qué cuando yo te decía “te quiero”, tú me contestabas, “gracias”.
—Suena como una buena razón—meditó ella.
En aquel entonces ella buscaba ser más fuerte, más dura, y él debía ser más profundo, más intenso. Años después llegó Sombra a su vida, eso lo cambió todo, en general para bien. Ella conoció a la única persona capaz de seguirle, y hasta cierto punto, superarle el paso.
No eran personas apegadas al pasado, la conversación había ido hacia ese lado por culpa de una canción que sonaba en la radio, Sunday Morning, de los Velvet Underground. Misma que es parte de un disco que él atesoraba en su juventud y que alguna vez le había prestado a ella, pero que jamás había sido retornado.
Había cierta tristeza en ella, claramente no era por esos días del ingenuo pasado, pese a que sus alarmas le decían que debía habitar el tema, él usó el bisturí de las palabras para cortar la realidad.
—No sabes nada del grandote, ¿verdad?
Ella quería evadir la pregunta, pero no tenía caso, era cierto. No sabía nada de quien fuese su pareja estos últimos tres años. No era la primera vez que se alejaba, especialmente cuando parecía poseído por aquel llamado superior que lo alejaba de la humanidad.
—Abuela tampoco—se adelantó Sid.
Ella levantó una ceja, y miró a su interlocutor.
—Ella te pidió venir, ¿verdad?
Él tuvo que reconocer que así era. Lo cierto es que no podían mentirse.
—¿Por qué no vino ella misma?
La pregunta venía con cierta carga de ira que era imposible de negar, y mucho menos esquivar. El líder pensó un momento hasta que decidió soltar algo de la verdad:
—Magnus estaba con algunos problemas—dijo tratando de cerrar aquella arista de la conversación—, la Abuela se sintió obligada a ayudarlo. Pero mi visita no es solo social, o una inspección de recursos humanos…
La chica levantó una ceja dudando de lo que estaba escuchando.
—Creo que tenemos una misión—continuó Sid evitando el rostro de la chica.
—Está bien, pero dime ¿qué demonios hiciste con mi padre?
Los buenos narradores tienen infinitas herramientas para tomar un tópico difícil. Pueden dar rodeos, poetizar, contar la verdad y luego cambiar el tema. Sid era de los mejores. Pensó en la Bestia, aquel desviante sin afiliación, que arrastró a su familia a través de medio mundo, afilando sus habilidades, educándolos con tal brutalidad que el solo pronunciar su nombre real bastaba para hacer llorar a sus hermanas menores.
Devdan Salashi y su esposa Uma eran prófugos que veían enemigos en todos los ojos. Hay que decir que los poderes de aquel ser no eran pocos, y había dado cuenta de varios abismales que quisieron domarlo.
Pero él era la Bestia por una razón, el miedo alimentó la oscuridad que vivía dentro suyo. Encontró su propia versión del Abismo, y se lo hizo saber a quienes decía proteger. Sin duda entrenó bien a su hija mayor, pero el costo fue alto. Más del que cualquier niño debe pagar. Abuela lo decía claramente: abuso es abuso, no hay puntos grises ahí.
La historia dice que hace unos años Sombra y ella le habían derrotado en un tugurio de Buenos Aires, esto mientras él servía como mercenario a unos tratantes de blancas. Esa humillación fue el empujoncito que necesitó para unirse a una banda de Baalitas reformados, que perseguían el poder de un ser llamado Moloch.
—Dime o no iré a ningún lado.
Las palabras de la mujer eran dignas de ser tomadas en serio.
—Encontré a su manada cazando muy cerca de la ciudad—dijo él tomando un trago de la insípida bebida light que había ordenado—, y tuve que hacerlo. Había muy poco de humano en él.
Ella golpeó la mesa con su puño aún adolorido por los golpes.
—Habla bien.
Sid miró al público presente, esperó sinceramente que su respuesta no pudiese lastimarlos de manera alguna. Soltó algo de aire, envidió un poco al irresponsable de Magnus, que seguramente su único problema era decidir que clase de Whisky bebería aquella noche.
—Asha…
Ella levantó un dedo para corregirlo, pero él fue más veloz.
—Perdón, Mangosta. Si así lo quieres, puse una bala en el medio de sus malditos ojos.
Aquello salió de su garganta como una terrible, pero sedante revelación. Mangosta lo miró unos segundos, quería detectar la frialdad del engaño, pero no lo encontró. Simplemente tomó su bebida y se la tragó toda.
Esperó unos segundos, entonces se puso de pie:
—Vamos lentín, dijiste que tenemos una misión.
La llave roja
Sid solía ser tranquilo al pensar, meticuloso cuando se trataba del cuidado de los suyos. A pesar de lo que muchos creían, eso era lo que lo hacía ser un buen líder, aunque lo cierto es que todos se sentían más inspirados por el fuerte, por quien lleva la gran bandera del combate armado. Támara y Sombra eran modelos a seguir, incluso ella tenía que hacer grandes esfuerzos para poder caminar junto a aquellos gemelos casi sobrenaturales.
Por lo general caminaba, pero la distancia exigía un transporte más eficiente. Su viejo Volkswagen sería suficiente.
—¿Cómo le llamabas a esta cosa? —Preguntó él.
—Respeto.
—Bueno… como se llama este hermoso auto…
—Así, Respeto. Peto de cariño, ¿bonito verdad?
Mangosta amaba desconcertarlo, hablar muy en serio, usar un poco de su sentido del humor después. Era al único a quien le gustaba atormentar en este sentido. Llegaron hasta lo alto de un cerro, donde se salieron del camino principal. Llegaron tan lejos como el camino lo permitió.
Cuando bajaron subieron por un pequeño sendero, el que les dio la panorámica de un pequeño valle cruzado por un río de exigua corriente, un par de viñas y lo que parecía ser un bosque.
Sid apuntó a una gran casona a medio camino de la arboleda y un conjunto de vides secas.
—En la casona habrá una partida de naipes—dijo con cierta lentitud dramática—, solo desviantes.
Mangosta soltó una risa, Sid no podía perder en juego de cartas alguno, ni cuando jugaba Magic con sus amigotes del colegio. Ella cerró sus ojos y sintió varias esferas de poder siendo usadas al mismo tiempo.
—¿Me trajiste para ver como desplumas a unos incautos?
El líder Acracia negó con la cabeza. Miró el horizonte y luego abrió la boca.
—Lo que está en juego no es dinero, hace dos años se encontraron algunos tesoros en Monte Verde, objetos muy antiguos, paleoindios. Entre ellos una llave, una que según Sombra, necesitamos más que nada en el mundo.
Mangosta dio un salto al escuchar el nombre de quien amaba y odiaba en distintas proporciones diariamente. Algo había dicho, algo que ella no había querido escuchar, sobre los viejos Colosos, los buenos y los malos, los peligrosos.
—La propiedad es de Viento Rojo—continuó Sid con cierta calma peligrosa—, el dueño de lo que fue la Indian Trans Company; es peligroso, pero a quién realmente debemos temer es a Apostador. Ambos están en la propiedad.
Una camioneta entró por el camino de tierra inmediatamente opuesto a donde ellos estaban parados.
—Un cuarto jugador—dijo ella—, pero no logro identificar sus poderes, es como si fuese un fantasma.
—Curioso—dijo él sin revelar emoción alguna—, tengo claro que harán trampa, es por eso que estás acá, porque nosotros también haremos trampa.
La joven guerrera miró a su compañero, y luego puso atención en la ladera que descendían.
—No te entiendo.
—Apostador tiene todo para ganar, se dice que es sin poderes, pero nadie puede controlar el orden en esa sala, ni siquiera yo. Ganará y se quedará con todo, pero si llega a perder, matará a todos los asistentes. Y si eso pasa, igual te llevarás el botín.
—Eso es lo que hacen los malos—contestó ella.
Él se alzó de hombros y la miró de reojo.
—Buenos y malos, ¿tienes doce años?
No le gustó esa parte del plan, él se lo tomaba todo a la ligera, pero no era valor, sino cuidado por ella. Había tantos grandes guerreros, y él la escogió a ella. Estúpido.
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