“El conocimiento es un arma de doble filo. Te puede dar grandes poderes en esta vida, aunque también te hace responsable de un legado, antes de que pases a la siguiente”
Con una pequeña reflexión inicial, os damos la bienvenida a la segunda parte de nuestro relato de “El horror de Dunwich”. El asombro que nos entrega la vida, de la mano del miedo, es parte del enfoque que tuvo Lovecraft en su vida como escritor. En conjunto con su inspiracion vinculada a los misterios de la ciencia, y de lo ajeno al entendimiento, se conforman las bases que dan la singularidad a sus escritos.
En el capitulo anterior, el ansia de poder fue el tópico que guio la obsesión de Wilbur Whateley, un ser hibrido que hará todo para dominar los poderes que le dieron origen. Esa orgullo suyo, será la base de su final. Estimado publico, con ustedes, os dejamos el desenlace de esta historia, marcada por el orgullo, la magia, y el horror.
Horror y Caos
Bajo el abrigo de la noche, un grotesco, aunque confiado Wilbur se adentra en la universidad donde se guarda el legendario Necronomicón.
Junto con tener una redacción detallada sobre los Antiguos, el libro también oculta las instrucciones para llevar a cabo rituales y hechizos arcanos. Pocas copias se elaboraron, a partir de los registros más fidedignos de su secta, la cual tenia enclaves en todo el mundo. Varias personas ajenas a esa cofradía negra, intentaron traducir su contenido y reproducirlo, de modo que fuese de conocimiento general, siendo todas burdas imitaciones. Pocos ejemplares, como el que buscaba Wilbur en la biblioteca donde Hermitage hacia de curador, eran obras genuinas, que no habían sido intervenidas por terceros. Era un premio muy codiciado, para cultistas o cualquier persona afín a las artes oscuras.
El premio a su ansias de poder, estaba al alcance de las manos de Wilbur. Por desgracia para él, su vida acabaría esa misma noche. Los perros del recinto, notaron el desagradable olor que desprendía Wilbur, lo que les llevo a atacarlo con gran saña. Fue cuestión de unos instantes, para que el orgulloso hombre fuese despedazado entre mordidas, hasta el punto de perder su vida. Los restos, quedaron desparramados en el suelo de la biblioteca, cosa que fue un total asombro para Hermitage y sus colegas. Nada en el mundo, se parecía a lo que estaban viendo.
Cuando salieron del asombro que la escena les causo, los eruditos entendieron que el lugar de donde procedía esta criatura, no estaría ajena a sucesos extraños. Pocos días después de aquel incidente, Armitage y compañía se dispusieron a viajar a Dunwich, para averiguar más respecto a Wilbur. Desgraciadamente, ello no seria posible, pues en aquel infame pueblo, se gestaba otro mal.
Durante el tiempo que Wilbur se ausento de Dunwich, empezaron a ocurrir sucesos extraños por la noche. En un inicio, los animales empezaron a aparecer desmembrados en masa en sus corrales. Después, las granjas de la periferia sufrían destrozos en sus terrenos. El extremo llego un día, cuando estos estragos, llegarían a una magnitud desmedida, en la propia localidad de Dunwich. Del mísero poblado, quedaron solo ruinas, reflejando en una cruel ironía del destino, la misma naturaleza destruida que tenían sus habitantes. Ese escenario lastimoso, fue el que le toco presenciar a Armitage, y a sus colegas.
En busca del Horror
Ignorando el peligro al que se enfrentaban, los hombres de ciencia se apresuraron a buscar indicios, que les dieran idea alguna de lo ocurrido. De los supervivientes a la tragedia, solo supieron que una suerte de terremoto acabo con todo. Otras gentes, entre balbuceos, les comentaron que las estructuras del pueblo colapsaban sobre si mismas. Y en el más inverosímil de los relatos, les comentaron que mientras ocurría la destrucción del pueblo, sobre el suelo se estamparon cráteres, como si de pisadas se tratase.
A medida que los relatos encontraban similitudes entre si, Armitage empezó a atar cabos. El desastre de Dunwich, tenia mucha más relación con Wilbur, de lo que él creía. Gracias a sus estudios exhaustivos del Necronomicón, pudo entender que los Antiguos podían ser invocados, cambiando el entorno o la realidad de las personas. Para el común de los mortales, leer ese oscuro texto era un viaje sin regreso a la locura. Sin embargo, Armitage no exhibía los rasgos que antecedían ese destino. Mantenía su cordura en todo momento, y aunque no fuese de los hombres que gustase enfrentar los problemas con violencia, su hábil mente triunfaba donde otras fracasaron.
Armitage supo que los Antiguos, eran seres primigenios de gran poder, que existían desde antes que la vida floreciera en la Tierra. Gran parte de sus habilidades, incluían el desatar la locura en cualquier persona débil de mente y espíritu. En el más extremo de los casos, podían crear descendencia entre las personas que les invocaban. Estos híbridos, podían expresar poderes propios de los antiguos, dependiendo de quien fuese su progenitor. Gracias a esa deducción, Armitage entendió que Wilbur era un posible descendiente de los Antiguos, y que la criatura que asolo Dunwich, compartía el mismo origen, aunque expresando poderes, en mayor magnitud.
No había tiempo que perder, pues de dejar a rienda suelta semejante ser, implicaba dejar que otro pueblo de mejor fama que Dunwich, sufriera el mismo o peor destino. Armitage dedico una lectura más profunda del Necronomicón, arriesgando su propia cordura en el proceso.
Fue uno de esos instantes, que estuvo sujeto al capricho del destino. Si Armitage hubiese sucumbido al horror por leer el libro negro, nadie hubiese quedado para entender los secretos de los antiguos, y en consecuencia, toda esperanza de detener a la criatura y sus adláteres, se perdía. Para suerte del valiente erudito, logro encontrar una debilidad.
Los Antiguos, son entidades que pueden volverse invisibles a voluntad, y solo son vistas por otros Antiguos, o bien, cuando decidan ponerse al descubierto. No todos tienen esa habilidad, pues los poderes varían entre cada entidad. Por ejemplo, uno de los primigenios que pudo conocer Armitage de las hojas del Necronomicón, Yog-Sothoth, tenia el poder de intervenir el tiempo y el espacio. Esto lo hacia omnisciente, capaz de distorsionar la realidad, para abrirse paso entre los mundos.
Armitage comprendió que para enfrentar la amenaza, era necesario hacerla visible en primera instancia. Para ello, se sirvió del Necronomicón para elaborar un simple, aunque poderoso hechizo, para neutralizar la invisibilidad de la criatura. Eran unos polvos especiales, que podían apartar su sigilo, por unos cuantos minutos. Paralelo a ello, Armitage descubrió un potente encantamiento, que podía canalizar el poder de los Antiguos. Sin embargo, para lograrlo debía practicar el ritual, en un lugar donde convergiesen grandes energías espirituales. El único sitio en Dunwich que se acercaba a eso, era Sentinel Hill.
El fin del Horror
Estando mejor preparados esta vez, Armitage y sus colegas fueron en busca de la bestia que destrozo Dunwich. Gracias a los gritos y sollozos de la gente, les resulto más sencillo encontrar su rastro esta vez. Sin perder la valiosa oportunidad, Armitage lanzo su hechizo en el área donde creyó que estaba la criatura, guiándose por un peculiar hedor en el ambiente, que le resultaba extrañamente familiar. Para suerte suya, logro ponerlo al descubierto.
Era una masa amorfa, carente de lógica anatómica, con grandes apéndices y ojos que se proyectaban de su cuerpo. En tamaño, superaba con facilidad al elefante más grande que hubiese existido. La osada jugada de Armitage, había enfurecido a la criatura, cosa que obedecía también a los planes del valiente doctor. La intención, era atraerlo a Sentinel Hill, para realizar el ritual que podría acabar con él.
La persecución fue un horror en toda su extensión. Varias veces, los ataques de la criatura estuvieron a centímetros de eliminar a Armitage, y a sus colegas. Afortunadamente, los bosques del entorno ayudaron en cierta forma, a eludir a la irascible monstruosidad.
Cuando lograron llegar a Sentinel Hill con la criatura tras de ellos, Armitage se dispuso a realizar el ritual inmediatamente. A medida que se concentraba, energías místicas empezaron a emanar de los alrededores de la colina, para converger en la presencia de Armitage. El poder del que disponía el erudito en ese momento, era sobrecogedor. Como si tuviese en sus manos, la esencia mágica de un legado arcano.
Cuando tuvo a la criatura frente a si, proyecto su mirada a ella fijamente, y en un sencillo movimiento de manos, inicio el encantamiento. Haces brillantes se abalanzaron sobre la bestia, dejándola inmovilizada en su lugar. Luego, Armitage dirigió su vista al cielo, y sirviéndose de otro par de gestos con sus manos, y una frase en idioma incomprensible, invoco una suerte de tormenta, desde la cual broto un resplandor enceguecedor.
Fue una escena asombrosa, digna de los más legendarios libros de magia. La criatura fue desintegrada, frente a los ojos de los atónitos hombres de ciencia. De semejante conjuro, quedaron solo cicatrices en la tierra que rodeaba el lugar. La tierra se marchito totalmente, y de los arboles que rodeaban Sentinel Hill, solo quedaron sus copas desnudas.
Al contemplar la lastimosa escena, comprendieron que el coste que pagaron para derrotar al Horror de Dunwich, fue muy alto. La fuerza vital de la flora y fauna cercanas, habían sido consumidas en el proceso, lo que dejo estéril los alrededores. Nada volvería a crecer en el lugar, por varias generaciones.
Por su parte, Armitage comprendió al poco tiempo, que esa bestia escondía un secreto que solo el pudo notar. El olor que emanaba de esa criatura, era similar al de Wilbur. Una curiosidad, que le dio a entender al erudito, que Wilbur Whateley no era el único hijo que había sido concebido, por el poder de los Antiguos.