I
El amanecer marciano es cobrizo y salobre. Sobre la llanura de Elysium, el polvo rojo flotaba como incienso viejo, y los pilares negros de una vieja planta de terraformación se alzaban como catedrales sin fieles. La fortaleza Hoshi estaba en lo alto, eclipsando un pedazo del cielo, mientras que el Fantasma aguardaba en sombra orbital.
Los humanos habían acudido a la voz de esperanza encendida por el Fantasma y su tripulación.
En la radio, la voz del gran exarca Azrael había sido breve antes del descenso:
—Recuerden la regla: al fuego no se le vence ardiendo más. Se le quita el aire.
El Ignis Titán llegó como llega una sentencia: sin negociar. Brotó del horizonte en una marcha de luz viscosa, encendiendo la escarcha carbónica del suelo. El rojo se volvió blanco, luego negro, luego vidrio. La Mano Cauterizadora barrió una cresta y la volvió río de obsidiana; los sensores de Hoshi gritaron y después callaron, como si también les faltara oxígeno.

Nu-Galahad tocó tierra a cien metros del viejo obelisco de viento. Más delgado, más preciso, su nuevo exoesqueleto cantó una sola nota al asentarse.
—Hoy estoy listo.
En la primera embestida, Ignis extendió su brazo y la atmósfera prendió en un arco absurdo. Pero en Marte no hay cielo que regalar. Mientras drones vendel abrían bolsas de vacío a ras de suelo. El incendio se quebró en llamas ciegas que no encontraban aire.

Kai contó tres latidos del mecha y entró. El sable de luz, la hoja doble que había aprendido a no exhibir, marcó tendones de magma en los hombros de Ignis. El titán rugió con dolor. El calor volvió líquido el polvo; la presión reventó piedras en pétalos negros. Nu-Galahad se deslizó como si bailara sobre vidrio húmedo, y cada paso sonó a campana amortiguada.
—Mantente —susurró la IA de la máquina

Ignis abrió las chimeneas de la espalda y sembró el campo de ceniza lúcida. Los visores se nublaron, las juntas crujieron. Red Shadow y sus guerreros, desde un anillo exterior, golpearon el suelo con martillos sónicos: el polvo cayó como lluvia obediente.
Azrael en su Mecha activó la red de vacíos múltiples cavidades de baja presión que los Vaku habían cavado bajo el vidrio. Orikalon, en forma de tanque, empujó regolito sobre las grietas anunciadas. Cuando Ignis aspiró para inflamar su entorno, el suelo le robó lo que pedía. El incendio cayó a pozo. Por primera vez, osciló.

Kai vio la duda en una máscara que no tenía rostro. Nu-Galahad acortó mundo. La hoja doble se plegó, quedó una sola lanza; la muñeca se alineó con el codo, con el hombro, con el juramento. Ignis alzó el brazo para quebrarlo otra vez como había hecho con el Regan Liberator. El ángulo no fue el mismo.
—Por los que no regresaron —dijo Kai.
El punto de entrada estuvo donde el calor ya había rajado la obsidiana viva: debajo del esternón de lava, entre dos costillas que exhalaban luz. La lanza entró limpia. El exoesqueleto vendel resonó para absorber el choque; los cantos de forja amortiguaron la onda. Nu-Galahad hundió, giró, cerró.

Ignis se retiró un paso. Las chimeneas soplaban oscuro. La Mano Cauterizadora buscó la garganta del mecha y encontró vacío. Ophelia y su tríada, en silencio, cortaron tres nodos térmicos de la llanura, desarmando el ritual de presión que Ignis llevaba tejiendo desde su llegada.
El titán hizo lo que hacen los fuegos viejos cuando se acaba el oxigeno: extinguirse.
II
La órbita baja era un cementerio brillante. Satélites muertos, fragmentos de estaciones, brasas de antiguos escudos térmicos. Solados de las viejas escuadras flotaban como recuerdo de la invasión.
Hoshi, la fortaleza de Akari Musashi, llamada ahora Akai entre los aliados Luthariel, abrió sus escudos y arrojó un pulso azul que empujó los restos hacia la sombra. Debajo, la Tierra giraba, azul y herida, todavía bajo la garra de los Titanes.

En la bahía principal, Fénix dormía. Una máquina salvaje, sin piloto. Su cuerpo, mitad metal y mitad criatura, latía en pulsos irregulares, como si soñara con incendiar el cielo.
La Reina Nyssara apareció en el puente como un reflejo dentro del aire: alta, de piel translúcida, coronada por una aurora perpetua. Traía en las manos una esfera de energía líquida, fragmento de su propio corazón estelar.
—Los Titanes no temen nuestras armas —dijo con voz de cristal—, temen nuestra memoria.
Akari asintió y sacó del cofre de mando la Diadema Celestial, un relicario Luthariel tejido con filamentos que solo responden al pulso de una mente empática.

Cuando se la colocó, el puente entero se apagó un instante. La respiración de Hoshi se hizo profunda, como si una criatura inmensa se alineara con la voluntad humana.
«No controles. Escucha.»
—le susurró Nyssara.
Akari cerró los ojos, y sintió el eco de Fénix en su propio pecho: un tambor arcaico, una rabia antigua.
De pronto, la bahía de lanzamiento se abrió y la mecha se elevó envuelto en fuego blanco.Fénix cruzó la atmósfera con una estela azul, directo hacia el frente costero, donde los Legionarios Titán anclaban sus fortalezas vivas en las ruinas de las viejas ciudades.

Cuando tocó tierra, las llamas no destruyeron, sino que purificaron. Cada explosión era una exhalación, cada golpe, una respiración de un ser que por fin había recordado su propósito.
Desde el Fantasma, el Almirante Gorm observaba en silencio.
—La Diadema ha funcionado —dijo alguien detrás.
Gorm negó.
—No fue la Diadema. Fue ella.
Nyssara levantó su esfera y el cielo cambió de color. El rugido de los kaijus, que se aproximaban desde el mar, se volvió lamento. La reina alzó la mano y el agua se aquietó. Un solo gesto suyo bastó para dormir a una bestia de cuatro cráneos.
«Descansen», murmuró, y el mar obedeció.
A su alrededor, los mechas humanos desplegaron alas:
X-28AL Zeus descargó un relámpago vertical que partió los escudos enemigos.



Striker, con su doble sable, abrió los corredores de evacuación sin tocar una sola casa.
Molotok, desde las avenidas sumergidas, martilló estructuras de los Legionarios hasta hundirlas en su propio hormigón.
Berserker Z cubrió la retirada de los civiles, su núcleo galáctico ardiendo como una estrella pequeña.
En el flanco norte, las lanzaderas Orcus cayeron como meteoros.
III
El mar hervía. Del humo emergió Morkus, con la lanza de su reina grabada en el pecho.
A su alrededor, los Guerreros Orcus formaron la falange: piel de ceniza, ojos como brasas apagadas, armaduras bruñidas con juramentos antiguos. Habían seguido a los Luthariel a través de tres sistemas, solo por amor a Nyssara.


No buscaban gloria. Buscaban cumplir la promesa que su especie le debía.
—¡Por la Reina del Cielo! —gritó Morkus, y el eco resonó en todos los canales de comunicación.
Los kaijus anfibios irrumpieron por la costa: uno de seis patas, otro cubierto de espinas, otro que respiraba ácido.
Los Orcus no se replegaron. Cargaron con disciplina marcial, sincronizados por un código antiguo: tres pasos, lanza, torsión.
Los primeros monstruos cayeron bajo sus golpes combinados; el cuarto se alzó con un rugido ensordecedor y arrancó el brazo de un guerrero.

Morkus lo derribó con el peso de su cuerpo, hundiendo la lanza hasta el núcleo.
Cuando la bestia explotó, él seguía de pie, recubierto de la sangre luminosa del enemigo.
Nyssara observó desde la órbita.
—El fuego y la carne luchan en armonía —dijo.
Y desde el puente de Hoshi, Akari respondió con serenidad:
—Eso somos ahora: fuego y carne, un mismo pulso.


Mientras tanto, los Barones de Gossler trazaban una nueva ruta terrestre. El padre, solemne, caminaba delante, purificando el suelo con su espada–bastón. Nova, su hijo, enarboló el estandarte vendeliano sobre las ruinas del Viejo Puerto. La tela no flameó; reposó, como si el aire hubiera decidido respetar el momento.
—Donde ondee este estandarte —declaró el Barón—, habrá pan y refugio.
Los mechas humanos avanzaban detrás de los Orcus, sosteniendo cada calle conquistada. El Fantasma descendió a órbita baja, liberando suministros y cápsulas de auxilio.
Por primera vez en mucho el aire de la Tierra olía a lluvia y no a metal muerto. Sintieron un alivio, pero sabían que aún quedaban batallas por ser dadas.
Que buenas ilustraciones, y que bueno que han logrado crear una historia simple y bien contada
Me recuerda a HK, siendo fan de tal juego, y también jugadora de Primer Bloque, quiero jugar esta edición.
Mechas hechos en Chile, perfecto!
Juego de ciencia ficción, todavia mejor.
Esta de moda la ciencia ficción en chile y yo estoy muy feliz que el juego de mi infancia haga algo en ese sentido. Al menos que una vez cada tanto, explore esta area,