“Este registro, es un compendio de todas las tradiciones orales, que hay por estas tierras. Procura tenerlo siempre a mano, pues con el, estarás un paso adelante de varios peligros”
Con esas intrigantes palabras, os damos la bienvenida a otra lectura de los Cuentos de Terror, que vienen de la mano de Mitos y Leyendas. Los abismales miedos que hemos visto hasta ahora con El Horror de Dunwich, nos han dejado en claro, lo tetrico que puede ser un escenario, cuando éste proviene de un plano ajeno al terrenal.
Las temáticas que abordo Lovecraft en sus obras, contemplan una gran cantidad de vertientes narrativas. Esos motivos variados que tuvo en sus cuentos, han sido nuestra inspiración para crear un homenaje en forma de cartas, para cada personaje o escena insigne de los pasajes que alli aparecen. Esta vez, el horror cosmico, se acompañará de la ciencia ficción.
El día de hoy, traigo para ustedes una historia que nos acerca a los temores primigenios, que habitan en la oscuridad. Esos horrores, que nos han aterrado desde épocas remotas, hasta nuestros días. Ármate de valor, pues el mal que te presentaré, acecha en todo momento cada movimiento de tu ser. Nada es seguro, salvo una sensación de inminente peligro, que se acompaña por un susurro, en la oscuridad.
Un hallazgo aterrador
En medio de las montañas que rodean la bella Vermont, y su alrededores, se sitúa una localidad en aparente calma durante el día. En Dark Mountain, su gente solo sabe de paz, cuando la luz del sol brilla sobre sus hogares.
El paso del otoño en este pequeño pueblo, les recuerda a sus habitantes, lo fugaz que puede ser la vida. Con la caída de las primeras hojas, se acompaña la época de cosecha provechosa. De vez en cuando, sus gentes llevan agua desde los riachuelos cercanos, para regar sus cultivos. Apenas las labores diurnas concluyen, las personas se regresan a sus casas con tranquilidad, antes que el ocaso de paso a la noche y sus horrores.
Una rutina de vida aparente plena en el campo, que parecía mantenerse sin problemas. Si la vida nos diese más instancias como ésta, de seguro no habría necesidad de creer en un paraíso. Por desgracia, el destino puede ser cruel a veces.
Albert Wilmarth, un profesor de literatura, que trabaja en la Universidad de Miskatonic, era un hombre de ciencia que amaba conocer los misterios de cada libro que hallase. Para él, una tarde paseando por los bosques de Vermont, era el respiro idóneo, después de un día de trabajo. Los rojizos parajes, que adornaban los robles con sus hojas, sugerían una tarde plena bajo los últimos rayos del sol que coronaban un gran día. Al caer la noche, bastaban unos cuantos pasos, para llegar desde aquellas colinas, al rio más cercano, y guiarse con el curso del agua para volver a casa. Ese usual tramo que Wilmarth solía seguir, tendría un cambio abrupto esta vez.
Cuando llego al rio, Wilmarth noto que el cauce del rio estaba más calmado de lo normal. Habían restos de arboles destruidos en su lecho, y los animales que acostumbraba ver al pasar por ahí, brillaban por su ausencia. El único ruido que podía oír, era el del agua de aquel riachuelo. No paso mucho, hasta que su soledad fuese interrumpida por un grito de pavor, de un lugareño de las cercanías. Con la velocidad del rayo, Wilmarth acudió para encontrar a la persona que había oído con tanto asombro. Cuando llego, el motivo de ese grito, lo dejo perplejo.
Era un hallazgo espantoso, que solo podría esperar encontrarse en los más obscenos libros de terror. La apariencia de esa criatura, no recordaba a nada de los libros que Wilmarth, en su vasta experiencia, había leído. Esa masa amorfa de apéndices, aparentemente sin vida, estaba lejos de ser algo concebido por un ser de este mundo. Con los escasos rayos que otorgaba la puesta de sol en ese instante, Wilmarth noto que la masa se desintegraba lentamente, en aquellas partes donde la luz le llegase. Estaba claro que esa cosa, estaba lejos de ser algo natural.
Buscando respuestas
Al volver a su hogar, Wilmarth busco respuestas en todos los medios y personas de su circulo personal. No obtuvo respuestas inmediatas al respecto, pues los comentarios que oyo al respecto, se limitaban a burlas o versiones de dudosa reputación. Su busqueda le llevo a revisar libros antiquisimos, que hablaban sobre mitos y leyendas locales. Despues de una ardua revision de registros, encontro un compendio hecho por una lugareña de Vermont, de apellido Davenport. Dedico buena parte de su vida, a estudiar sucesos paranormales de Dark Mountain, entre los que se incluian criaturas nunca antes vistas por el ojo humano.
Una de las criaturas que pudo conocer, fueron los Mi-Go. Eran unas grotescas bestias, que se asemejaban bastante a los cangrejos, por las tenazas y cuerpo rojizo que tenían. Carecían de la habilidad de volar de forma adecuada en la Tierra, aunque cuando se trataba de desplazarse entre mundos, eran inigualables. Además, como no tenían un rostro definido, debían hacerse entender entre balbuceos, que muchas veces eran tan bajos como un susurro. Las ultimas palabras de este compendio, aludían a su espectacular habilidad para cortar y manipular tejido biológico, con una maestría superior a la de cualquier cirujano.
Conforme avanzo Wilmarth con sus escritos, se dispuso a ofrecer una conferencia abierta para sus colegas en la universidad. Naturalmente, nadie le creyo, pues por muy elaborada o verosimil que parecieran ser sus explicaciones, solo encontraba refutaciones y cuestionamientos. Solo una persona entre el publico se a trevio a defender a Wilmarth, al acabar su discurso: Henry Akeley.
Un buen plan
Henry Akeley, era un lugareño de Dark Mountain, que acostumbraba viajar a localidades urbanas en Vermont, para abastecerse y variar su vida en el tranquilo campo. De vez en cuando, solía caminar por los calmos bosques, despojándose de los problemas cotidianos de la vida. Esas idílicas caminatas de relajo por una senda llena de vida y belleza, acabaron abruptamente hace unos cuantas semanas, según le comentaba Akeley a Wilmarth. Le comento que últimamente, era acechado por las noches por las criaturas que el describió en sus palabras. Hasta el momento en que Akeley y Wilmarth se conocieron, los Mi-go se limitaban a volar cerca de él, aunque con el paso de los días, sus acercamientos eran cada vez más cercanos, hasta el extremo de tenerlos cara a cara. El asustado campesino comento, que por la forma en que se acercaban a Akeley, parecían más dispuestos a atacarle, que a entablar una amistad.
Akeley era un hombre afortunado de principio a fin, pues era el único dueño de una hermosa casa en Dark Mountain, que poco sabia de perturbaciones a la paz. Además, esa misma suerte, le haya permitido salir ileso hasta ahora, de cada ocasión que los desgraciados Mi-Go se le querían acercar. Sirviéndose de un conocido refrán, el precavido campesino se hizo valer por dos, y consiguió unos perros guardianes, para que lo defendieran de sus insistentes persecutores, que solo aparecían de noche. Sabiendo esto, Wilmarth le propuso una alianza, con el fin de reunir evidencia tangible de los Mi-Go, y así conseguir apoyo para combatirlos.
Preocupándose por la seguridad de su nuevo amigo, Wilmarth le propuso a Akeley, que se viviera en su casa como su huésped, para garantizar su seguridad de los constantes acechamientos de los Mi-Go. La respuesta a esta excepcional muestra de hospitalidad, fue una tajante negativa. Akeley era un hombre orgulloso, que se resignaba a renunciar sus posesiones. Tenia un familiar viviendo lejos, que sabia que le ofrecería la misma propuesta que Wilmarth. Sin embargo, Akeley explico que era el único residente de su familia que quedaba viviendo en Dark Mountain, en donde la casa había sido hogar para muchas generaciones. Esta obstinación por defender el único patrimonio de valor de su familia, seria el que le acercaría cada vez más, a un destino ruin. En lugar de renunciar a su hogar, Akeley ofreció comunicarse con Wilmarth de vez en cuando por teléfono, para hacerle saber todos los sucesos que ocurrían en su hogar. No era la solución mas cómoda para ambos, pero al menos les servía para mantenerse en contacto.
El que susurra en la oscuridad
Pasaron un par de días después del primer encuentro entre Wilmarth y Akeley, y por la tarde, el buen profesor recibió una llamada de su amigo, en un tono bastante calmado, tratándose del tenor que acompañaba su relato. Akeley le dijo a Wilmarth, que había sido atacado por los Mi-Go, la noche posterior a su encuentro. Esta vez, esas criaturas fueron más osadas, pues no solo le siguieron hasta su hogar, sino que valiéndose de la oscuridad de la noche, aprovecharon la instancia para atacarlo, en su propia casa. Fue una agitación nocturna, que duro toda la noche. Puso a prueba los nervios de Akeley, así como su puntería al usar su confiable escopeta, para repeler a sus agresores, hasta ver el amanecer.
Fue una gesta digna de los más valientes, o quizás de los más locos. Si bien Akeley logro defender su hogar de los Mi-Go, ello se logro a costa de un precio muy alto. Su casa quedo muy dañada por los incesantes ataques, y perdió a varios de los perros defendiéndola. Claramente, la situación era insostenible por un largo tiempo.
Al alzarse los primeros rayos del sol matutino, Akeley tuvo un respiro para recomponerse y planear sus siguientes pasos. Sabia que para tener algo de apoyo, debia conseguir pruebas de sus atacantes. Por ello, llamo a su amigo Wilmarth otra vez, para contarle su plan.
Akeley le propuso al profesor, que podría conseguirle las pruebas necesarias para conseguir apoyo, y así enfrentar a los Mi-Go. Para ello, usaría un viejo fonógrafo para grabar los sonidos de los Mi-Go, en donde quiera que se hubiesen escondido. Naturalmente, la respuesta a esta idea fue un cuestionamiento al sentido común de Akeley. Su idea, era una arriesgada jugada, que invitaba a los Mi-Go a devorarle, en bandeja de plata. Ignorando las advertencias de Wilmarth, Akeley se despidio de su amigo, no sin antes agradecerle por su preocupación, y pidiendo que la suerte estuviese de su lado.
Al día siguiente, con la preocupación haciendo mella en su ser, Wilmarth pensaba continuamente que paso con su amigo. El continuo vaivén de las ideas que pasaban por su mente, asolaba la calma que apenas disimulaba entre colegas de su universidad. Ese nerviosismo, acabo de golpe cuando oyó el perturbador timbre del teléfono. Era Akeley, que en un tono alarmante, apenas podía articular palabras para contar su historia.
En esa llamada, Akeley comento a su amigo que la noche anterior, había seguido a los Mi-Go, a la profundidad del bosque, hasta una gruta en la base de la montaña. Con silentes pasos, se acerco lo suficiente para escuchar lo que de allí se oía, a una distancia relativamente prudente. Lo que se oía, eran susurros y murmullos, que apenas podía grabar bien con su fonógrafo. Akeley le dijo que en cuestión de horas, le haría llegar el aparato, con la grabación que había conseguido. Para concluir su llamada, Akeley le comento que se armase de valor para lo que iba a escuchar, pues en ese registro, estaba la evidencia de un mal aun más grande.
El culto de los Antiguos
Cuando el instrumento llego a manos de Wilmarth, se dispuso a reproducirlo de inmediato. Apenas inicio a escucharse la grabación, la incertidumbre y el miedo se apoderaron del profesor. Se oían crujidos y sonidos tétricos, que apenas eran posibles de imaginar. Luego, empezaron a oírse susurros apenas perceptibles, que murmuraban en una lengua desconocida. Conforme escuchaba, Wilmarth noto que algunos de esos balbuceos, estaban en lengua humana, pero de diversas nacionalidades. Después, hubo un silencio profundo, que lo dejo en suspenso. Luego, se oyeron unas palabras, que por el tenor y formalidad, podían asemejarse a una suerte de ritual. El foco de esta cofradía, era una deidad cuyo nombre apenas pudo oír con claridad: SHUB-NIGGURATH.
Sirviéndose de la monografía de Davenport, Wilmarth busco información sobre Shub-Niggurath, encontrando poco al respecto. Era una deidad muy antigua, que existía desde antes que la humanidad diera sus primeros pasos en la Tierra. Además, esta entidad tenia una gran potestad sobre otras deidades de su mismo panteón profano, llegando a doblegarles para servir a sus designios.
En el resto del registro fonográfico, se oían unos planes para infiltrarse entre la población, a traves de sus agentes, los Mi-Go, para preparar la asimilación de las personas, y extender su influencia en la Tierra. El plan era alarmante, cosa que aterro a Wilmarth, y cada parte de su ser. Era evidente que Akeley, corría grave peligro.
Un viaje funesto
No había tiempo que perder para Wilmarth. En lo que dura un pestañeo, se dispuso a viajar a Dark Mountain, para visitar a su amigo y ayudarle a defenderse de los Mi-Go. Justo cuando estaba a punto de partir, recibio una llamada, de parte de alguien muy conocido. Era Akeley, quien le hablo en un tono que dejo asombrado a Wilmarth.
Como si se tratase de una luz al final de un túnel, Akeley le comento al profesor, que ya no había peligro para ellos. Según el, había logrado una suerte de acuerdo con los Mi-Go, y sus sectarios, que incluía la posibilidad de conocer los misterios que hay en el universo. Las palabras dejaron estupefacto a Wilmarth, quien apenas podía entender o digerir la noticia que su amigo le estaba dando. Su asombro fue aun mayor, cuando le comento que estas criaturas eran viajeros interdimensionales, que buscaban conocer los misterios de los mundos, que hay más allá del suyo: la helada Yugoth. Un mundo que más tarde, seria llamado por científicos como Plutón, honrando al dios de la muerte romano, en una aciaga ironía de lo que estaba por venir.
Akeley le dijo que el peligro había desaparecido, y que estaría encantado de recibirlo en su hogar, en compañía de sus nuevos camaradas. Claramente, había gato encerrado en toda esta historia. Este no era el Akeley que peleo por su hogar días atrás, a brazo partido. Aun así, Wilmarth acepto a su invitación, diciéndole que viajaría allá lo antes posible, para “felicitarlo”.
El viaje fue relativamente calmo hasta la estación de trenes, de camino hacia Dark Mountain. Aun así, mientras Wilmarth viajaba, le seguía asaltando la mente, este sorpresivo cambio en la actitud de Akeley. Estaba lejos de ser un augurio de algo bueno. Aun así, si había una oportunidad para ir a ver a su amigo y ayudarle, la tomaría.
Al llegar a la estación de destino, fue interceptado por un desconocido, quien se presento como un asistente de Akeley, enviado por él para recogerle y escoltarle hasta su casa. Una vez más, los sucesos ponían en alerta a Wilmarth. Cuando hablo con Akeley, el jamás dijo que seria recogido por alguien más, o si al menos tenia un asistente. Todo esto era una clara señal de peligro, aunque opto por seguir a su misterioso escolta, para evitarse problemas.
Un encuentro inesperado
El camino hasta Dark Mountain fue extenso, aunque ameno. Este viaje, así como los bellos parajes circundantes que habían por allí, serian lo único tranquilo que vería Wilmarth en ese lugar. Ambos hombres, llegaron a su destino, al caer la noche. El misterioso hombre, le hablo entre susurros, que Akeley le esperaba dentro de la casa.
Mientras llevaba sus cosas hacia la casa, Wilmarth noto con extrañeza, que este lugar estuviese tan callado. Tratándose de una casa cercana de las montañas, debiese oírse el ruido de algunos animales, cosa que aquí no era así. Una razón más, para dudar de las intenciones de Akeley, y sus nuevos amigos.
Al entrar en la casa, noto con extrañeza que el lugar estuviese tan oscuro, sin apenas una fuente de luz encendida. Caminando entre los pasillos de aquel lúgubre hogar, busco a su amigo en cada habitación. No le tomo mucho tiempo encontrarle, sentado en un sillón. Le encontró vestido con una gabardina y una bufanda, que le cubrían de cuerpo entero, dejando al descubierto solo sus ojos y manos. Una imagen tétrica, y desprovista del vigor que hizo frente a los Mi-Go días atrás, que ahora posaba su fría mirada, sobre su asustada humanidad.
Al encontrarle, le saludo con relativa amabilidad, preguntándole de paso, sobre su suerte, desde la ultima vez que hablaron por teléfono. Akeley le comento, a modo de susurros que apenas podía entender, que los Mi-Go habían hecho la paz con él. Le habían revelado algunos secretos, como muestra de buena fe de sus intenciones. Dijo que estos viajeros interdimensionales, eran grandes investigadores, que buscaban grandes exponentes de otros mundos, con quienes pudiesen entender los misterios del cosmos. Como gesto excepcional hacia él, los Mi-Go lo habían elegido para viajar hacia Yugoth, y darle a conocer, los misterios que otorgaban la vida eterna.
Estas revelaciones, escapaban a toda lógica, de todas las platicas que mantenían en su momento por teléfono. Akeley no era hombre de ciencia, y dudosamente su orgullo lo dejaría aliarse con alguien que intentaba matarlo sin descanso por las noches. Cada instante que pasaba con el, era tiempo que restaba a su supervivencia en ese lugar.
Akeley le dijo que podía pasar la noche allí, en una habitación que había preparada para él. Antes de ir a descansar, Akeley le dijo que pasaría la noche en ese sillón, y que por favor, no lo molestase. Una petición extraña, que solo acrecentó el miedo del buen Wilmarth. Estaba claro, que ese hombre, no era el Akeley que conocia.
El horror de Dark Mountain
Durante un par de horas, Wilmarth estuvo en su habitación en silencio, preguntándose por Akeley. Nada en lo que le dijo ese ser, que se hacia pasar por su amigo, le recordaba al hombre que conoció. Fue un dolor grande, pero armándose de valor, decidió marcharse lo antes posible de ese lugar, sin esperar que llegase el alba. Habiendo recogido sus pertenencias, se dispuso a escapar en el auto que lo trajo hasta esa oscura casa. Todo estaba listo para huir, aunque antes de irse, quiso revisar por ultima vez, la habitación donde estaba esa persona que se hacia pasar por Akeley. Una idea, que se volvería su más grande error en la vida.
Cuando llego a la habitación, no encontró a nadie en el sillón que ahí se encontraba. En su lugar, solo encontró la gabardina, la bufanda, y unas manos de cera tiradas en el suelo. El asombro fue demasiado para asimilarlo, y más aun cuando busco de manera exhaustiva en aquella sala. Cruzando una puerta que daba a otra habitación, encontró una suerte de laboratorio, con una gran cantidad de aparatos, que jamás había visto en su vida. De entre todos esos instrumentos, resaltaba uno que se asemejaba a un cilindro metálico, conectado a una serie de maquinas por varios cables. Cuando miro con mayor detenimiento este objeto, pudo notar a traves de un cristal que tenia en un costado, que adentro del contenedor, había un cerebro humano suspendido en un liquido. Fue una escena espantosa, que acabo por hacerlo caer en pánico, especialmente cuando miro en la base del mismo, una placa con dos palabras: HENRY AKELEY. Preso del panico, Wilmarth huyo de esa habitación lo mas rapido que pudo.
Aquel día, el buen profesor apenas logro salvar su vida, culpándose varias veces entre sollozos, por no haber escapado sin hacer caso a su curiosidad. El resto de sus días, este hombre viviría con el miedo en su corazón, al recordar lo que había visto aquella noche. Cada día, en sus momentos más íntimos de reflexión, recordaría con dolor y angustia, el miedo que vivió en esa casa. Un horror que lo asolaría de por vida, al recordar que en ese lugar, había otro contenedor con dos palabras en una placa, creando una imagen que se volvería pesadilla recurrente para él: ALBERT WILMARTH.