Los visitantes
Por Rade
Mi papá me despertó. Estaba sudoroso y con los ojos bien abiertos.
-Ya llegaron -me dijo, sonriente-. Ponte un chal que no hay que hacerles esperar.
A pesar del sueño que tenía, no le pedí más explicaciones. Supe al instante a qué se refería. Durante años me habló sobre este momento. Todas las primaveras me mostraba las marcas en el pasto, convencido que ya habían estado ahí, observándonos mientras dormíamos. Me contaba historias sobre ellos y que con su bienvenida todos nuestros problemas con el pueblo y las deudas terminarían.
Me envolvió esa misma sensación previa a abrir un regalo esperado o la de la caída de los dulces desde una piñata.
Por fin los conoceríamos. Papá no estaba loco. Mamá se había equivocado. ¡Ya no sería más la burla de nadie!
Me puse algo encima y lo acompañé de la mano. Todo brillaba dentro de la casa. La tele y los electrodomésticos se encendían y apagaban como si hubiesen cobrado vida.
Afuera no había luna ni estrellas. Los perros ladraban y chillaban tratando de romper las puertas de sus jaulas. Sentía como si por mis manos y pies pasara corriente eléctrica. Las demás casas ni se veían. Quizás todos habían muerto.
Bien merecido lo tenían.
Caminamos en silencio por el campo siempre con la vista en lo alto. Arriba en el cielo habían unos globos enormes como planetas de muchos colores y formas.
-El carnaval de los dioses… -murmuró mi papá con la cara marcada de arrugas y los ojos casi afuera de sus cuencas.
Pronto el sonido de nuestros pasos quedó acallado.
Mi papá me sujetó con fuerza de la mano como intentando ocultar lo mucho que le tiritaba el cuerpo. Yo también temblaba compartiendo su dicha mientras todo alrededor se alejaba.
Nos envolvió un frío más allá que cualquier otro sentido alguna vez en la Tierra.
-Mira Carito, ahí está tu abuelo… -alcancé a escuchar mientras los puntos negros y blancos inundaban mi vista.
Allá abajo los perros callaron.