Durmiente
por León
Fue su culpa, nada habría pasado esta noche si no hubiera seguido su ambición hasta mí. Sus gritos aún ahora retumban sobre la piel que me cubre, incapaces de callar.
Sentí su presencia entre mis hermanos, cuando revolvía y buscaba arrojándolos al suelo como los mudos catatónicos que siempre habían sido, indefensos e incapaces de hacer algo contra nuestro asaltante. Sus manotazos y el sonido de los otros golpeando el suelo me hizo volver a ser consiente del mundo, aún atrapado en la pesadez de mi sueño. Cuando me encontró, sus manos se cerraron contra mí con violencia.
El hombre apenas era visible entre la oscuridad, iluminado por una linterna que sostenía en su boca. Deslizó su mano sobre mi piel y lomo, y pude sentir el anhelo en su interior. Me posó sobre una mesa cercana, y ahora su examen se había vuelto más minucioso, recorriéndome con el haz de luz mientras su mano me exploraba, me estudiaba, se movía sobre las marcas de mis cicatrices, como si intentara comprobar que cumplía con lo que buscaba.
-Así que era cierto-susurró a la oscuridad- ese viejo de verdad te había escondido…me van a pagar muy bien por ti.
Podía sentir la sonrisa en su voz, el gozo que lo inundaba al tenerme a su merced, al creerme indefenso y suyo.
Necio idiota.
Quiso ir más allá y ultrajar mis secretos, sus dedos se oprimieron como garras mientras era jalado en dos direcciones opuestas, y el ladrón bufaba ante el esfuerzo que le suponía mi resistencia. Su rostro se tensó y enrojeció, lo cubrió el sudor mientras luchaba por someterme, hasta que ya harto, volvió a arrojarme sobre la mesa.
Maldijo por lo bajo, con las manos doloridas luego del intento. Aquél pobre infeliz se había arrastrado ante mi jurando que la suerte le favorecía, ignorante de su destino.
Ya no quedaba rastro del letargo en mí, y el apetito que acallaba mi sueño comenzaba a agitarse en mi interior. Revelé el más leve de mis secretos, mientras el ladrón aún no entendía como pudo haber fracasado su intento.
Sus ojos quedaron atrapados, mis palabras brillaron de tal forma que su linterna apenas y era una chispa insignificante a mi lado.
“Yo soy Conocimiento
Mil Sabios me han alimentado
Mil locos me han ansiado
Mil reinos por mí se han alzado
Y diez mil más por mí se han condenado”
Aquella única página expuesta golpeó su mente y lo obligó a sostenerme, sus manos aferradas a mi encuadernación de piel. Yo era su premio, el libro prohibido sellado en piel humana, aquél cuyas últimas copias se encontraban ocultas en las bibliotecas más importantes del mundo y entre las pertenencias de los últimos místicos dementes.
Aferrado a mí, sintió como sus manos se hundían en mi cubierta, fundiéndose con la piel de todos los idiotas que ansiaron secretos que no eran para ellos, y terminaron gritando en silencio en el cuero viejo que protege mis páginas.