I
Los Vendel no se definen solo por su arte ni por su memoria: son, ante todo, cazadores de Titanes. Desde su edad temprana, cuando la plaga arrasó sus mundos tutelares, desarrollaron un oficio que es mitad rito y mitad ciencia: seguir huellas térmicas como quien lee un salmo, tender emboscadas en silencio orbital, cortar la voluntad del enemigo antes que su cuerpo. No cazan por gloria; cazan para restaurar el equilibrio.

La reina de los Luthariel ha hecho de enlace para que el Azrael, el líder de los cazadores reciba a los terrícolas, algo sin precedente en la historia estelar.
El Fantasma ingresa por el corredor de luz. En el hangar vendel, la atmósfera es clara y silenciosa. Kai desciende con paso aún cansado; a su lado camina Leyaden, guía y aval. Sobre ellos, El Santuario de la Fuerza, un templo-archivo con todo lo que se pudo salvar del apocalipsis Titán, deja caer una luz suave que parece leer a los recién llegados.

En el umbral los espera el gran exarca Azrael, lleva armadura verde mate, sin adornos, la presencia de quien manda con el ejemplo, no porque ordena.
—Bienvenidos. —Mira a Kai—. Eres joven, podrías ser uno de mis nietos.
Leyaden hace un gesto ritual, tres toques con los dedos sobre el pecho.
—Exarca, presento a Kai Pendragon, piloto de Nu-Galahad. Trae la palabra del Almirante Gorm y la voluntad de la nave Fantasma.
—Acepto su paso bajo salvoconducto Luthariel —responde Azrael—. Mientras dure, ningún canto ni lanza de nuestras rutas se interpondrá.
Kai da un paso al frente. Habla sin adornos.
—Fuimos atacados en el círculo exterior. Ignis Titán lideró la emboscada. Hemos perdido escoltas y mechas. Buscamos alianza y aprendizaje. No pedimos trono; pedimos ruta.

Azrael asiente una vez. No pregunta por culpas; pregunta por propósito.
—¿Qué defiendes, además de tu nave?
—A toda esa gente que no sabe pelear.
—Bien —dice el exarca—. Durante mucho tiempo hemos hecho solos, será bueno combatir junto a ustedes. He ordenado compartir nuestra tecnología con la gente de tu planeta. Cazamos Titanes y conocemos su rastro. No reemplazamos imperios: sostenemos las puertas parque pasen los libres.
Mientras caminan, Azrael señala la bóveda donde una constelación se vuelve escritura.
—Guardamos memoria de los Sembradores Perenes. Ustedes y nosotros compartimos un origen antiguo. No son huéspedes: son parientes lejanos.
Kai baja la vista; Leyaden sonríe apenas. La palabra “parientes” ordena el aire.
II
El corredor de luz se abrió como una hendidura limpia en la noche y, por primera vez desde la emboscada del círculo exterior, la flota mixta navegó sin esconderse.
Desde su mecha especial, el Kushiku, el gran exarca Azrael había sido claro: “Avanzar no es conquistar: es abrir paso.” Así que eligieron la ruta de los mundos medianos, colonias heridas, estaciones agrícolas que aún respiraban.
En cada puerto, el mismo gesto: el Fantasma descendía, sellaba cielo, evacuaba niños y herramientas; el Fantasma tocaba muelles, dejaba promesas y recogía historias; los Vaku localizaban puestos de Legionarios Titán y los arrancaban en silencio, de raíz.


Fue en el extremo de la Nebulosa Cava, sobre un planeta desértico con mares fosilizados, donde el avance dejó de ser solo humano y vendel. Un eco grave entró por todos los canales, un idioma de bronce, tambores y cortes: los Orcus habían llegado.
Primero se vio la sombra de sus cascos, negros y repujados, casi ceremoniales, con mástiles que portaban cráneos de combate como si fueran oraciones. Luego, el despliegue: lanzaderas con costillas a la vista, soldaduras recientes, cañones que parecían martillos. Al frente, una insignia rojo viejo: Morkus, Señor de las Lanzas, había puesto rumbo hacia ellos.

Gorm pidió silencio en el puente. Leyaden inclinó la cabeza, midiendo con los ojos aquello que los instrumentos no sabían traducir.
—No tememos a quienes traen lealtad por estandarte. Abran un canal.
La imagen llegó con ruido de fondo, como un rugido contenido. Morkus ocupó la pantalla como si el marco le quedara pequeño: piel rugosa, colmillos salientes, la mirada de una bestia que aprendió a pensar antes de morder. Llevaba armadura de placas y cuero, y sobre el pecho, un emblema tallado: el sello de la Reina Luthariel.
—No venimos a pedir lugar —dijo, sin saludo florido—el fuego que gobierna a los Titanes ha tocado mundos donde juramos no volver a huir. Servimos a la Reina. Y donde su voluntad se alinee con la suya, allí nos encontrará.
Azrael apenas alzó una ceja.
—¿Qué pides a cambio?
Morkus mostró las manos abiertas, duras como llaves.
—Nada que no podamos pagar con hueso. Un sitio donde morir con sentido…

El avance cambió de música. Los guerreros de Morkus abrían brechas con asaltos de choque que parecían suicidas hasta que uno miraba de cerca: eran danzas violentas con salidas calculadas, ochos y medias lunas, puños actuando como arietes, lanzas como palancas.
En Mirakel-4, una estación agrícola colgada de cables sobre una falla, la alianza encontró su primera prueba en conjunto. Tres Legionarios Titán mantenían la población como banco de órganos. Azrael llamó a su guerreros.
—Ataque en pinza —propuso Valquiría—. por debajo, a columnas. Abro y corto sensores.
—Y yo por arriba —dijo Morkus—. Entramos vistos. Que miren hacia mí mientras ustedes arrancan el cuchillo.

Valquiria descendió primero, soltando velos de niebla que enfriaron la zona y deformaron la luz. Los Vaku se pegaron a las estructuras como sombras. Morkus cayó con diez de los suyos en lanzaderas que parecían herraduras encendidas. Se plantó en la plaza interior y caminó sin prisa hacia el Legionario más cercano, un coloso de fibras y dientes. Alzó su lanza y señaló el emblema de la Reina.
—Esta casa está bajo su cuidado —dijo—. Toca retirarse… o sangrar.
El Legionario cargó como si la frase fuese un chiste. Morkus no retrocedió: inclinó hombro, desvió pulso, partió la rodilla con un giro que sonó a madera seca. Cuando el enemigo abrió la boca para el grito sónico, un cordón Vaku se coló por su flanco ciego y silenció el núcleo con tres cortes precisos.
Abajo, en los corredores la Valquiria y sus comandos apagarían a los otros dos como se apaga una lámpara mal colgada: sin ruido, solo el chasquido correcto en el lugar exacto.


Kai dejó la seguridad de su Mecha para ayudar a los niños él mismo, librarlos él mismo. Así se vio luchando mano a mano junto al gran líder los Orcus, cuando terminaron. Los colonos quisieron alzar a Morkus en hombros; él se apartó con gesto seco y señaló a las niñas que ya corrían, libres, por un pasillo que hacía horas era una jaula.
—Levanten a esas —dijo—. Ellas pesan más que yo.
Un poco de humor era algo nuevo. Pero sabía que sería algo pasajero, el próximo paso sería Marte y ahí lo esperaba Ignis, nuevamente.