I
Antes de la caída de su imperio, los Senthir eran conocidos como “los Heraldos del Titán”, una secta espacial dedicada a preparar mundos para la llegada de la Casta Oscura. Cuando los Titanes fueron derrotados , los Senthir se dispersaron como ceniza en un huracán, pero no aceptaron el final. Esta vez ellos serían el centro del poder.

Algunos sobrevivieron, escondidos entre escombros de sistemas solares olvidados. En el mundo de Visca, un grupo de científicos e ingenieros crearon un agente sintético, mitad sombra, mitad máquina viviente, con la capacidad de absorber la esencia y la forma de cualquier criatura que devorara.
Un asesino creado para una misión única: recuperar la Semilla Titán, la última reliquia de sus antiguos amos, ahora custodiada por humanos y sus aliados.
Y así comenzó la cacería silenciosa, la última del conflicto Titán, la primera de la siguiente lucha de la humanidad.
El Metalmorfo descendió sobre la base humana sin aparecer en ningún sensor. Era una sombra líquida, una figura sin contornos, un rostro que se hacía y deshacía. Un guardia escuchó un ruido y giró.

No hubo combate. La criatura lo absorbió por completo: piel, memoria, voz. El guardia quedó replicado como un disfraz perfecto. A la hora siguiente, caminaba por los corredores como si siempre hubiese pertenecido allí.
Por cada puerta que atravesaba, otro humano desaparecía en silencio. Por cada sala que cruzaba, una pantalla se oscurecía. Las luces parpadearon. El sabotaje había comenzado.

Motores apagados. Reactores inutilizados. Naves que jamás despegarían. Un arsenal entero de mechas inservibles. La base cayó antes de que alguien entendiera qué estaba ocurriendo.
II
Pero los Vendel no descansan, el agente Shade, maestro infiltrador y rastreador, llevaba semanas siguiendo señales anómalas: picos de energía exógena, distorsiones magnéticas, ecos de firmas imposibles.

Shade conocía a su enemigo. Sabía que el Metalmorfo no dejaba cadáveres. Solo un vacío extraño, una huella eléctrica irregular que parecía la quemadura de un pequeño sol.
—Ya estoy sobre tu rastro —susurró mientras calibraba sus sensores de sombra— Ahora falta atraparte antes de que cumplas tu misión.
La persecución comenzó: sombras contra sombras, silencio contra silencio, voluntad contra destino.
En el centro de la base humana había una cámara blindada. Dentro, latía algo que no debería existir: una esfera negra, pulsante, que parecía hecha de respiración y memoria. La Semilla Titán.

El Metalmorfo entró sin esfuerzo. Ninguna clave lo detuvo porque ya había devorado a quienes las conocían. Tomó la semilla con manos que cambiaban de forma a cada segundo.
Y entonces abrió un portal. Un círculo oscuro, vibrante, un agujero donde la luz se rompía. La lanzó dentro. El portal se cerró con un chasquido.
En el planeta Visca, lejano y hostil, la semilla cayó sobre un desierto negro. Allí comenzó a crecer un pilar de sombra.
El renacimiento había empezado: La Era del Imperio Negro.

Con la semilla asegurada, el Metalmorfo pasó a la segunda mitad de su misión. Se expandió. Su cuerpo se elevó, creciendo a diez, luego veinte, luego treinta metros. Un coloso de metal vivo, formado por todas las formas que había robado. Sus brazos eran fusiones de placas, tentáculos y armaduras humanas fundidas.
—Objetivo: extinción del asentamiento humano —dijo con voz múltiple.
Un rayo de energía salió de su pecho y barrió un complejo entero. Shade llegó en ese instante.
—Demasiado tarde para salvarlo… pero no para detenerte.
El Metalmorfo se volvió hacia él, un rostro hecho de miles.
—Senthir renace. Tú, vendel, morirás en la primera hora de nuestro Imperio.
Shade sabía que no podía vencerlo en combate directo. No tenía la fuerza ni la masa. Pero tenía algo más: ingenio vendel.

Había traído consigo una sonda electromagnética de resonancia inversa, un dispositivo prohibido que podía colapsar estructuras vivientes de metal… si se activaba a quemarropa.
Shade corrió hacia el coloso, el gigante disparó. El vendel se desvió en un salto imposible. El Metalmorfo lo alcanzó con un tentáculo, pero Shade cortó la extremidad con un cuchillo vibrolítico.

Se lanzó sobre el pecho del monstruo. Activó la sonda. La sonda emitió un estallido mudo. La luz se dobló. El Metalmorfo cayó de rodillas. Su cuerpo, antes perfecto, se volvió líquido inestable, derritiéndose como cera negra bajo un sol invisible.
—Im…posible…
Shade retrocedió mientras el coloso colapsaba en un charco metálico humeante.
—Nada es imposible —respondió— para quien persigue una sombra por tres mil años.
Lejos de ahí, Visca se oscureció. La semilla Titán creció como una espina que perforaba el cielo. Sombras vivientes empezaron a despertar bajo la arena. Ahora, con su agente caído y su semilla recuperada, se alzaban para comenzar su propia versión del imperio, pero esa es otra historia.
El final queda medio abierto, ¿podrá seguir más adelante esta saga?
Acá, otra vez, el Cazador Estelar, fanático de los gundams.
Quiero agradecer profundamente el artículo publicado en Kaiju vs Mecha. Muchas gracias por ese trabajo por la imaginación, el ritmo y la ambición, y el homenaje a las cosas de robots.
Aprovecho este espacio para hacer una petición desde el corazón de lector y colaborador: sería maravilloso ver este mismo nivel de dedicación aplicado a los temas mitológicos que han dado forma al juego desde sus inicios.
Me refiero a artículos que retomen los bloques fundamentales…pero ampliados hacia una mirada global.
Sería hermoso leer nuevas entradas que exploren los grandes mitos del mundo, con el mismo cuidado que vimos en “Metalmorfo”:
las cosmologías y dioses de África,
las epopeyas y criaturas de India,
los espíritus y héroes de China y Japón,
las potencias divinas de América
las tradiciones de Europa, desde lo clásico hasta lo celta y nórdico.
No solo como referencias de cartas, sino como cultura, como relatos que conectan el imaginario del juego con la vastedad de la mitología humana.
Creo que muchos lectores y jugadores disfrutarían enormemente que el blog abra nuevamente esas ventanas: artículos extensos, ilustrados, investigados y narrados como ya conocemos.