La siguiente historia está escrita en clave Ciencia Ficción, lo cual se aleja de nuestra tradicional fantasía épica/mitológica y nuestro relato tradicional, sin embargo, al leerla encontrarás elementos recurrentes a los grandes relatos universales.
Así mismo cumplo con contarte que encontrarás personajes recurrentes, algunos presentados en la entrega anterior de esta odisea al futuro. Con todo espero que pases un buen tiempo adentrándote en este pequeño universo.
Quiero que refresquemos nuestra memoria.


En el capítulo anterior vimos la primera guerra Kaiju. Está se originó a partir del descubrimiento del Ladurum, un mineral que revolucionó la robótica y, en general, la vida humana. ¿El problema? Que este mineral era el sustento principal de una especie intraterrestre, los Kaiju.
La guerra por este preciado bien enfrentó a héroes como la valerosa Akari, y el extraño joven conocido como Daiksuke contra la feroz amenaza del Daikaiju, y las demás bestias del abismo inferior.
Esta era una guerra contra el exterminio, donde ambas partes podían perderlo todo, pero una nueva tecnología surgió de los laboratorios secretos del padre del mismismo Daisuke, una tecnología que se alimentaba de las estrellas. Este motor, diseñado para la paz, alimentó al Tenshi-X2, igualando las fuerzas.
La paz llegó, débil, peligrosa, pero duradera, o eso creímos.
Episodio uno: la plaga del silencio
I
Cinco años han pasado desde la victoria contra Daikaiju gracias al legendario Tenshi X-2, que utilizaba energía estelar. Ahora, el mundo se ha adaptado: cada país posee su propio Mecha, vigilando y controlando cuidadosamente a los Kaijus restantes.
La humanidad ha aprendido a usar la energía de las estrellas y está lista para saltar hacia la conquista de las galaxias. Marte ha sido colonizado, Júpiter es una pujante colonia minera y otros puestos de avanzada se prepara para su salto definitivo para las estrellas, sin embargo esa luz preocupó a una raza ancestral, peligrosa y mezquina, a quienes llamaremos simplemente, Titanes.
Cuando una civilización habla más de lo que debe, los antiguos dueños del cosmos responden con el silencio, un castigo que han impuesto ha un centenar de mundos en esta galaxia.
Enormes, ciclópeos, antinaturales. Flotan sin necesidad de propulsores, con cuerpos de metal vivo, roca antigua y órganos que laten al ritmo de constelaciones muertas.

Cuando han decretado el silencio sobre un planeta, uno por uno, abren sus núcleos: corazas que se despliegan como pétalos oscuros, revelando cámaras de energía primigenia, cada una distinta: uno escupe fuego estelar, otro libera un haz sónico capaz de atravesar continentes, otro simplemente exhala un pulso gravitacional que tuerce la corteza del planeta como papel húmedo.
Una línea de fuego atraviesa el hemisferio sur. Las selvas arden sin combustión. Las ciudades se parten como relojes rotos. El mar, elevado por ondas de choque, se congela y hierve al mismo tiempo. La atmósfera se divide. El corazón del planeta, expuesto, tiembla… y finalmente se detiene.
Desde lejos, parece bello: una esfera quebrándose lentamente en capas concéntricas de luz, sonido y ruina.
II
Ni los radares orbitales ni las sondas deep-space detectaron la ruptura. Fue un corte limpio en la realidad, como si alguien hubiese desgarrado el cosmos desde adentro. Desde la Espira del Delirio, una fortaleza viva de metal retorcido y estructuras imposibles flotando más allá del Cinturón de Kuiper, surgió Akuma Titán, el Heraldo del Colapso.

Su cuerpo, encadenado por eslabones que él mismo manejaba como látigos, flotó hacia la Tierra envuelto en niebla cósmica. A su lado, titanes menores, los Legionarios, caían como meteoros negros. Con ellos vino la guerra.
Las primeras ciudades en caer fueron Mombasa, Lima y Kyiv. No por su valor estratégico, sino porque Akuma quería sembrar desesperación. Sus cadenas atravesaban escudos energéticos como cuchillas a través de seda. Las infraestructuras colapsaban, las comunicaciones se volvían ecos. Todo se distorsionaba a su paso.
Mientras los gobiernos colapsaban en protocolo y miedo, la Alianza de Defensa Terrestre activó el protocolo de defensa, los pilotos de élite, y desplegar a los Mechas.


Pero no fue suficiente, muchos jóvenes murieron en este primer y desigual duelo, no solo eso, los Kaiju todavía tenían algo que decir. En las profundidades sombrías de la Espira del Delirio, entre ecos de metal oxidado y fluidos biológicos destilados por antiguas máquinas titánicas, los científicos del régimen de Akuma llevaron a cabo uno de sus actos más atroces: la creación de Voragh.
Voragh nació de los restos mutilados de otros kaijus vencidos, remendado con placas vivas de bioacero y células replicantes tomadas de los calabozos de mundos conquistados, el monstruo era más una acumulación de odio que un ser. Su esqueleto interior parecía una jaula para entidades menores que gritaban desde su carne. Sus múltiples corazones no latían al unísono, sino en ritmos disonantes, como si cada órgano obedeciera a una voluntad distinta.


Era el Devorador de lo Colosal, alimentado por la rabia de bestias muertas y el miedo residual de planetas destruidos.
Pero los titanes no se detuvieron ahí. En un acto de osadía que incluso los suyos temieron, decidieron resucitar al más grande de todos los Kaijus: el mítico Daikaiju, cuyo rugido había estremecido los anillos de Júpiter y cuya caída fue celebrada como el amanecer de la era de los Mechas.
Lo extrajeron desde las profundidades del cementerio lunar, donde yacía desde la Gran Guerra. Lo reconstruyeron en una estación orbital maldita, mezclando ingeniería titán con el metal residual de naves caídas y energía residual del Ladurum. Le injertaron un núcleo de comando directo, cadenas mentales y sensores limitadores… pero fallaron en lo más crucial: el alma del Daikaiju nunca fue destruida.
Cuando lo lanzaron de nuevo a la atmósfera terrestre, renacido como Mecha Daikaiju, por un momento pareció que obedecía. Pero pronto sus rugidos resonaron con dolor antiguo y voluntad propia.
III
El cielo ardía sobre la órbita baja terrestre. Fragmentos de las torres orbitales caídas cruzaban el firmamento como meteoros funerarios, y las transmisiones de las estaciones hermanas eran apenas susurros rotos en la banda de emergencia. Pero en el centro del caos, una estación resistía.

Estación Gaia, comandada por el ahora Capitán Daisuke, se mantenía firme como un nido de acero rodeado por enjambres de titanes menores, drones de asedio y descomunales cápsulas de abordaje que escupían tropas biomecánicas. La estación no tenía más que un puñado de cazas, escudos moribundos y su reserva final de energía. Todo parecía perdido… hasta que Daisuke tomó una decisión desesperada.
Activó el protocolo sellado: Tenshi Z, el mecha celestial, construido con tecnología única y los últimos fragmentos de código del proyecto Ánima. Era un arma que aún no había sido probada. Era esperanza encerrada en acero.
Cuando el hangar se abrió y Tenshi Z emergió como una silueta de oro, zafiro y furia, los sensores enemigos colapsaron. Daisuke Tokugawa no era un piloto, era un comandante, pero se introdujo en el núcleo neural, guiado por una mezcla de intuición y desesperación. Y el mecha respondió.

Tenshi Z danzó entre los restos flotantes, cortando naves titánicas con su espada, repeliendo enjambres con campos de energía, y destrozando titanes legionarios con una furia que no era del todo humana. Parecía guiado por algo más.
Fue entonces cuando Fortaleza Hoshi, el bastión móvil dirigido por Akari Musashi, emergió desde la cara oculta de la luna. Con su escolta de cazas Ganymede y artillería pesada de largo alcance, abrió fuego sobre la flota titán, generando una ruptura en la marea de asedio. Akari, la comandante de acero, envió un mensaje críptico:


“No hay milagros. Solo decisiones correctas en el momento correcto.”
Daisuke respondió con un puño cerrado al corazón. Sabía que aquello no era una victoria… era apenas un suspiro. Pero en ese vacío, la humanidad respiró otra vez.
Y los titanes, por primera vez, retrocedieron.