I
La creación aún tiembla, el miedo no ha dejado los corazones mortales, y si bien estos han tenido un breve descanso, entre los reinos divinos se desata una batalla, una que busca retornar la cordura a un dios al mismo tiempo temido como adorado.
Las cadenas de Hefesto quemaban la piel del monarca del inframundo. Sus gritos escapaban aún más allá de la dimensión de las sombras.
—¿Quién te hizo esto?—Pregunta Zeus.
—¿Hacerme qué? En la oscuridad mi reino es infinito…
Hades vuelve a los gritos, a las suplicas. No hay respuesta, al menos un una con la que pueda construir un relato coherente. Perséfone, su hija, su amada princesa y hoy reina del inframundo y guardiana de los secretos muertos, sabría que hacer. Pero no podía encontrarla en ningún plano conocido. Temió lo peor, los dioses pueden sentir miedo.
No podía esperar más, la creación misma se estaba despedazando y sin la ayuda de la fuerzas del inframundo su batalla sería infructuosa. Si bien no era conocido como un dios de la magia, habían pocos conjuros que el amo del Olimpo no conociera. Sabía que sería peligro, después de todo tenía que violentar las barreras psíquicas de un dios. Sostuvo a su hermano con firmeza, y miró en sus ojos. Sombras parasitarias danzaban en su interior. Gusanos hechos de locura, sufrimiento y agonía.
—Estoy seguro de que dolerá.
Fue lo único que dijo el rey de los dioses mientras antes de penetrar la frente de su hermano con sus dedos. Sangre negra y espesa surgió, y corrió por la pálida piel del señor del inframundo. En vez de detenerse Zeus siguió escarbando, y siguió así hasta que por fin sintió algo en la punta de sus dedos, entonces tiró con fuerza. Un gran gusano se retorcía en su mano.
Sanguijuela de Sombra, pensó. Son pocos los que pueden conjurar un demonio como ese. Lo analizó, como él debería de haber un docena más al interior del envenenado dios.
—No te asesinaré parasito—dijo con calma—no aún, creo que puedo usarte.
Zeus hizo un signo mágico con los dedos de su mano derecha, concentró su energía, misma que nacía de la luz del rayo, aquel que enciende la razón del mundo. Luego pensó la ausente, su hija Perséfone, también llamada Kore o Proserpina. La Doncella, la llamaban los sabios. Reina de Hierro decían los magos que conocían su peligrosa naturaleza.
El conjuro nació de los labios del dios:
¿Dónde estás hija?
Extraño tu luz oscura
Esa que cubre el monte de sombras
Que las praderas nublan
Y las estrellas nunca alumbran.
Al comienzo nada sucedió, pero de pronto un luz carmesí y movediza, esta se transformó en un portal, una energía siniestra conectaba aquel túnel conectaba con el gusano que aún se retorcía en la mano del dios. Aquel ejercicio duró poco, pues el bicho fue prontamente aplastado.
El monarca se arrojó a aquel túnel. Quien quiera que se había llevado a Perséfone era astuto, no solamente, también era poderoso y capaz de crear aquel universo de bolsillo, era un espacio pequeño, gobernado por un ser similar a una estrella marina.
—Estas ahí dentro, ¿verdad?
El rayo iluminó la escena, aquella sombra se sintió valerosa y atacó al dios. El combate iba destruyendo los bordes de aquel reino, las paredes se trizaron y las aguas del tiempo comenzaron a inundar el lugar. Eso era lo que él quería, nuevamente convocó al rayo. La gran descarga incendió la sombra, con ella también murió aquel pequeño universo.
Como una flor roja que aprende a vivir la criatura se abrió, revelando a la eternamente joven Perséfone.
—Hija—dijo el dios de los dioses—, tu esposo te necesita.
Ella asintió en silencio, ambos se deslizaron en la noche eterna. En medio de aquel caos un poco de orden se abrió paso.
Así el enloquecido Hades sintió el toque amoroso de su amada, y con este la calma se fue asentando en su corazón. El mal seguí ahí afuera, pero por primera vez sintieron que podían derrotarlo.
Espero que sigan subiendo contenido del Lore de MYL. Ojalá saquen otra novela!