Durante los siglos XVIII y XIX, las logias masónicas y otras sociedades secretas jugaron roles significativos en los ámbitos político, social, y cultural de Europa y América. Estas organizaciones, a menudo envueltas en misterio, atrajeron a miembros de la élite intelectual, política y económica, y se convirtieron en centros para el intercambio de ideas ilustradas y el debate sobre reformas.
La Francmasonería
Llamada con frecuencia como masonería, es quizás la más conocida de estas sociedades. Promoviendo ideales de libertad, igualdad, y fraternidad, la masonería estableció logias por toda Europa y el Nuevo Mundo, ofreciendo un espacio para el diálogo liberal en una época a menudo dominada por regímenes autoritarios.
Los masones estuvieron involucrados en varios movimientos revolucionarios, incluyendo la Revolución Americana y la Revolución Francesa, y sus ideales influyeron en la formulación de constituciones y sistemas democráticos.
Muchos de los Padres Fundadores de Estados Unidos eran francmasones, incluidos George Washington y Benjamin Franklin. Las logias masónicas sirvieron como lugares de reunión para los patriotas y facilitaron la comunicación y coordinación entre los líderes de la independencia. Los principios masónicos influyeron en la redacción de documentos fundamentales como la Declaración de Independencia y la Constitución.
Aunque la relación entre la francmasonería y la Revolución Francesa es más compleja y matizada, algunos líderes revolucionarios eran masones, y los ideales de libertad, igualdad y fraternidad resonaron con los principios masónicos. Las logias proporcionaron un foro para discutir ideas radicales y promover cambios sociales y políticos.
La lucha por la independencia en América Latina también estuvo marcada por la participación de masones. Figuras clave como Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O’Higgins y Francisco de Miranda fueron todos miembros de la francmasonería.
Los Iluminati
Los Iluminati, oficialmente conocidos como los Iluminados de Baviera, fueron una sociedad secreta fundada el 1 de mayo de 1776 en Ingolstadt (Baviera) por el profesor de derecho canónico Adam Weishaupt. La organización se creó como una respuesta a la influencia de la Iglesia Católica y el restrictivo gobierno de Baviera en ese momento, buscando promover ideales de la Ilustración como la razón, la secularización y la libertad de pensamiento.
Inicialmente, los Iluminati se centraron en la educación y la reforma social, utilizando estructuras y rituales similares a los de la masonería para organizar su membresía y actividades. Weishaupt aspiraba a influir en la política, la religión y la sociedad mediante la infiltración en instituciones clave, pero siempre manteniendo un alto grado de secreto.
Sin embargo, la sociedad fue prohibida por el gobierno bávaro en 1785, junto con todas las demás sociedades secretas, bajo el temor de que conspiraban para derrocar a los gobiernos monárquicos y religiosos en Europa. Aunque los Iluminati originales se disolvieron oficialmente poco tiempo después, su legado perduró y dio lugar a numerosas teorías de conspiración y especulaciones que se extendieron bien entrado el siglo XIX y más allá.
Los Rosacruces y otros ocultistas
Aunque las raíces de la Rosacruz se remontan al siglo XVII, esta “fraternidad” experimentó un renovado interés en los siglos XVIII y XIX, con su mezcla de misticismo, alquimia, y cristianismo esotérico. Los Rosacruces influyeron en el desarrollo de otras sociedades esotéricas y en el pensamiento ocultista de la época.
En el siglo XVIII, la Ilustración trajo consigo un énfasis en la razón y el empirismo, pero también generó un contramovimiento de interés en el ocultismo y lo místico como reacción a la racionalidad extrema. La francmasonería, con sus rituales y simbolismo, proporcionó un modelo para la formación de sociedades ocultistas.
Así fue como el ocultismo experimentó un notable renacimiento en Europa y América, marcado por un creciente interés en lo místico, lo esotérico y lo sobrenatural.
Este periodo vio la formación de varias logias y sociedades ocultistas que exploraban y practicaban una variedad de tradiciones esotéricas, desde la alquimia y la cábala hasta el hermetismo y la astrología. Estas sociedades a menudo se entrelazaban con la francmasonería y otras organizaciones fraternales, compartiendo miembros e influencias.
La Inquisición como agencia
La Inquisición, asociada principalmente con la Iglesia Católica, había sido una fuerza poderosa en la persecución de herejes, brujas y otros considerados en desviación de la doctrina ortodoxa durante la Edad Media y el Renacimiento. Sin embargo, su influencia comenzó a disminuir en los siglos XVIII y XIX debido a varios factores, incluidas las reformas políticas y religiosas y el auge del pensamiento racional y científico asociado con la Ilustración.
En regiones donde la Inquisición mantenía un grado de influencia, como en España e Italia, los ocultistas y sus prácticas aún podían ser vistos con sospecha y potencialmente sujetos a investigación; a veces mediante espías, disfrazados de cortesanos.
Un ejemplo de esto está en el caso de Giuseppe Balsamo, más conocido por su seudónimo Conde Alessandro di Cagliostro. La Inquisición, especialmente vigilante contra las herejías y prácticas consideradas ocultistas o heréticas, finalmente se fijó en él. En 1789, fue arrestado en Roma por herejía, magia y por ser miembro de la francmasonería, que estaba prohibida por la Iglesia Católica. El proceso inquisitorial que siguió fue uno de los más notorios de la época. Cagliostro fue condenado a muerte, pero su sentencia se conmutó por la de cadena perpetua. Fue encarcelado en la fortaleza de San Leo, donde murió en 1795 en condiciones miserables.
A pesar de esto, el interés por el ocultismo y lo esotérico continuó creciendo, alimentando la curiosidad y la búsqueda espiritual de muchas personas fuera de las estructuras religiosas tradicionales.
Otros grupos
Otros grupos humanos más pequeños y locales se fueron formando, apoyads muchas veces por las grandes Logias Masónicas. Un ejemplo de esto están en Italia, donde la Carbonería surgió como una sociedad secreta que promovía ideas nacionalistas y liberales. Activa durante las Guerras Napoleónicas y en el período posterior, jugó un papel importante en los esfuerzos por unificar Italia y liberarla del dominio austriaco.
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