Invidia es una antigua diosa romana, el espíritu de la envidia que personificaba también a los celos y el odio. Según la mitología romana primaria, siente una profunda aversión por las deidades romanas, mismas que la ven como algo horrible, evitable, poco más que una bestia rencorosa.
Su odio no es solo hacia lo divino, pues guarda un gran rencor contra la especie humana y busca envenenar a toda la creación con su mancha de odio, un alma a la vez. Su nombre, que está en latín, es el origen y el sentido de la palabra moderna envidia o los celos, pero que en su época significaba algo así como “mirar sobre”, asociado al mal de ojo o invidere, es decir “mirar contra”, “mirar con malicia” o “mirar en una manera hostil”.
La cultura material y la literatura de la antigua Roma ofrecen numerosos ejemplos de rituales y hechizos mágicos destinados a evitar la invidia y el mal de ojo. Cuando un general romano celebraba un triunfo, las vírgenes vestales suspendían un fascinus, o efigie fálica, debajo del carro para protegerlo de la virginal invidia.
Invidia puede ser a efectos literarios una diosa y el equivalente romano de Némesis en la mitología griega. Aunque no era adorada, simplemente se le nombraba como algo para evitar. A veces se convocaban a las fatas para mantenerla lejos, pues les temía.
Invidia sobrevive como Envidia en el mundo cristiano, y es uno de los Siete Pecados Capitales en la teología occidental, que lo podemos encontrar también en la Divina Comedia de Dante.