“He dado oro y plata a mis descendientes. Tendrán los mejores caballos, y serán dueños del mundo que he conquistado para ellos. Un día, cuando hayan hecho más grande el imperio que les dejo, olvidarán a quien se lo deben todo.”
La promesa
Al llegar a Karakorum, me llevaron a mí y a otros emisarios, ante la presencia de Genghis Khan. Ahí, pude verlo tendido y abrigado en su lecho, anciano, herido, agonizante. Solo el fuego de la fogata que le brindaba calor, atraía la mirada de sus aún vigorosos ojos. Cada instante de sus últimos momentos en vida, Genghis los usaba para hablarnos y armarnos de valor, y continuar su legado. Palabras que dirigió con especial atención a su tercer hijo, Ogodei. Aquel día, una feroz tormenta golpeaba desde el cielo, casi como si los dioses lloraran de rabia por la partida de Genghis Khan. Parecía que nuestra conquista del mundo, había llegado a su fin.
Después de lamentarnos por la perdida, Ogodei se presento ante nosotros, frente a la tienda del Gran Khan, y llevando el arco de su padre. Un águila se posó sobre él mientras nos hablaba. En su figura, veíamos la sombra del gran Genghis Khan. El mensaje era claro…
Esta tormenta aún no había terminado.
Como la lluvia, seremos imparables en China y Corea.
Y el rayo, caerá sobre Europa.
Más allá del horizonte
China aún no había sido sometida del todo. Una dinastía Jin moribunda, se resistia inútilmente a nuestra ocupación de las tierras del norte. Por su parte, Corea cree que pueden quedar impunes sus insolencias hacia la horda. Ogodei Khan ordena que ambas naciones sean castigadas de manera ejemplar, siguiendo el legado de destrucción que le heredó su padre.
Por otro lado, Ogodei envió a Subotai hacia el Oeste, rumbo a Polonia, y a los reinos europeos. El advenimiento de nuestras hordas, descendiendo por los estrechos paisajes montañosos, era fiel imagen de una aciaga cacería a punto de iniciarse. Un castigo divino, que vendría a cobrarse la vida de toda Europa, de la mano del sucesor del Gran Khan.
A nuestro paso, reinos enteros caían bajo los impredecibles ataques de caballería. Georgia, Polonia, y lo que quedaba de la Rus de Kiev, sucumbieron con rapidez. Al llegar a territorio polaco, tropas de los reinos cercanos intentaron ayudarles, conteniendo nuestro imparable avance. De sus ejércitos, solo quedaron campos de batalla, con sus estandartes caídos o quemados. La consolidación de los territorios conquistados por la horda, quedo en manos de Subotai, y del sobrino de Ogodei Khan, Batu.
El plan era sencillo, pero eficaz. Debíamos acabar con Polonia y los territorios controlados por la Orden Teutónica, para impedir que fueran en ayuda de los reinos circundantes. De todos ellos, quien más representaba un desafío para nosotros, era el reino de Hungría.
Descendientes de los primeros pueblos magiares, Hungría llevaba en su cultura, una tradición excepcional con la crianza de caballos, lo que les daba fama de magníficos jinetes en toda Europa. La habilidad ecuestre de los húngaros, incluso rivalizaba con las nuestras. Con el paso del tiempo, su cercanía con los reinos europeos, les hizo sedentarios y fuertes. No eran rivales que se debían tomar a la ligera
Nuestras escaramuzas previas, han permitido debilitar muchos de los esfuerzos europeos en detenernos. Antes de iniciar nuestra campaña en Hungría, nos enteramos que los refugiados cumanos, que escaparon a nuestras primeras incursiones en la Rus de Kiev, se habían asentado en tierras húngaras. Ogodei Khan habia reclamado al Rey Bela IV de Hungría, que los cumanos refugiados sean devueltos a su legítimo amo, y de paso, demando que su reino se sometiera al dominio mongol. La negativa de Hungría a la petición de Ogodei, sería uno de sus últimos errores, antes de su caída.
El rio Mohi, que nos separa de las tropas húngaras, es lo bastante extenso como para impedir incursiones sorpresa, por lo que tendremos que hostigarlos desde el frente de batalla. El único modo de cruzar el rio, es a través del único puente que hay sobre él. Quien controle el campo abierto y este puente, ganará la batalla.
Hay muchas cosas en juego en esta lucha. Si derribamos a Hungría, el Escudo de Europa, tendremos vía libre hacia el oeste. Con Europa en ruinas, tendremos dos continentes enteros a nuestras órdenes. Un legado glorioso, para coronar nuestra total y definitiva conquista del mundo.
El legado de la Horda
La batalla del rio Mohi fue una feroz carnicería. Cientos de guerreros húngaros y cumanos, yacían inertes a nuestros pies. Presos del pánico, sus lideres encabezaron una retirada agonizante hacia el este, en un intento por alertar a los demás reinos europeos sobre nosotros. Nada nos separa ya del Mediterráneo, y de los ricos pastos de Europa Occidental.
Cada sitio que hemos tocado en todas estas tierras, ha cambiado radicalmente con nuestra llegada. China, ha quedado subyugada totalmente al dominio mongol, gracias al liderazgo de Ogodei Khan. La alguna vez orgullosa Dinastía Jin, ha sido aplastada por las hordas, y de sus cenizas, surgirán nuevos lideres mongoles que regirán con puño de hierro, toda la región por varios años.
Corea pago caro su arrogancia, al eliminar a nuestros emisarios. Ogodei Khan opto por perdonarles la vida, a cambio de que su rey rindiera cuentas ante él en persona. Propio de los cobardes, el rey de Corea envió a un familiar en su nombre, junto con una comitiva de nobles como rehenes, a cambio de la paz. Lo que hacen algunos por asegurar el poder de su corona.
El imperio Corasmio, ha sido sometido totalmente a la horda mongola, y sus riquezas, repletarán los cofres de Khanes venideros. Miles de años de historia persa, quedarán ahora en el olvido. Sus ciencias y sabios, estarán al servicio de los señores mongoles.
La Rus de Kiev, que alguna vez fue un gran adversario, ha quedado hecha añicos ante el imparable avance de Subotai y Batu. Ogodei ordeno que las zonas conquistadas, empezaran a pagar tributo, a cambio de mantener las incursiones mongolas lejos de sus tierras. Una excusa barata, para planear nuestros próximos movimientos, antes de avanzar sobre Kiev, y con el tiempo, la propia Moscú. Las continuas luchas internas e externas en territorio ruso, retrasarán su desarrollo como pueblo, comparado con el que ostenta Europa en el oeste.
Cumania es cosa del pasado. Sus fieros guerreros, que alguna vez lucharon por defender sus tierras, ahora lo hacen bajo nuestras órdenes. Quienes aún se hacen llamar “Cumanos libres”, huyen despavoridos hacia Bulgaria, con la esperanza de empezar una vida nueva, lejos de nuestra horda. Pronto se darán cuenta, que ese anhelo de libertad les costará caro.
El mundo entero, ha sido testigo de nuestro poder. La horda mongola no descansa, y seguirá adelante en su sueño por expandirse hasta donde lo permita la faz de la tierra. En manos de Genghis Khan, ha sido creado el imperio más grande creado en vida por un hombre. Nos enseñó de lo que es capaz un puñado de nómadas, cuando perseguimos un objetivo común, como un ejército unificado. Probo al mundo, que no cualquiera puede alzarse con la grandeza, pero ésta puede provenir de cualquier parte, incluso desde la humildad de un pueblo estepario.
Al morir Genghis Khan, su cuerpo fue llevado hacia el rio Onon, donde se cuenta que vivieron el Gran Lobo y la Corza. Fue enterrado ante su horda en un lugar que pocos conocemos, y luego, ocultamos con el paso de cientos de caballos, el sitio exacto de su último lugar de descanso.
Toda mi vida, he seguido de cerca las incursiones de jinetes mongoles, contemplando la caída de imperios y reinos enteros. Pienso que, de cierta forma, nuestro paso por este mundo, por breve que haya sido hasta ahora, ha hecho que culturas entrarán en contacto antes de tiempo. Más allá del objetivo principal que era una misión de espionaje, este papel que me encomendó el Gran Khan, me ha permitido compartir con mi gente, la identidad de los pueblos. De cierta forma, eso me brinda valor como explorador extranjero, al servicio de Mongolia y su gente.
A pesar de tener la juventud aún de mi lado, se me ha hecho cada vez más difícil cruzar las estepas. Los inviernos son cada vez más duros, y cada paso que doy, es un suspiro de vida que abandona mi cuerpo.
Me ha sorprendido una tormenta de nieve, y en este estado, es segura mi muerte. Pude encontrar una cueva cercana donde retrasar lo inevitable. Allí, temblando de frio y a punto de sucumbir, intentaba mantener el calor. De improviso, apareció ante mí, un majestuoso lobo pardo, cuya mirada se poso sobre mi ser. Pensaba que me mataría, pero grande fue mi sorpresa, cuando al emitir un imponente aullido, hizo que la tormenta empezará a disiparse. Aparto el frio de mi cuerpo en un instante, y tan súbitamente como se presentó, desapareció en una ráfaga de nieve.
Fue una experiencia extraordinaria. No se me ocurre explicación para lo que viví en esa cueva. ¿Habrá sido una ilusión? No, fue demasiado real como para negarlo siquiera. Por alguna razón, la imponente figura de aquel lobo, me resulto muy familiar. En sus ojos, podía ver un gran espíritu tan vivo como el fuego, el mismo que guía nuestro paso hacia una nueva conquista. Tal y como hacen los lobos al luchar en manada, así hemos hecho los mongoles con el resto del mundo.
Espero tener la fortuna de seguir viendo la misma mirada llena de vigor de aquel lobo, en los sucesores del gran Genghis Khan.
Oigo la cercanía de una tormenta a la distancia…
Ha llegado el momento de un nuevo viaje hacia victoria.
Si has llegado hasta acá, te dejamos algunas sorpresas que nos trae Explorandum, la Era del Descubrimiento.