Un terrible y falso caballero devastaba una comarca al otro lado del mar, y el rey Arturo decidió ir a su encuentro para luchar contra él. Pero, para no dejar desprotegido su reino, decidió dejarlo en manos de sir Mordred; Sir Mordred, que era hijo de Arturo y su media hermana Morgause, aceptó satisfecho la decisión del rey, creyendo que el poder del reino estaría en sus manos.
Arturo partió confiando en su hijo. Al principio el pueblo añoraba a su gran rey, pero pasaron los meses y comenzaron a olvidarlo, pues para ganarse al pueblo, sir Mordred promulgó leyes de más fácil cumplimiento que las dictadas por el rey Arturo y, debido a ello, muchos deseaban que el rey no regresara.
Cuando sir Mordred se enteró de los sentimientos del pueblo sintió satisfacción y se dispuso a traicionar al rey. Escribió algunas cartas falsas que daban cuenta de la muerte del soberano, del otro lado del mar.
El pueblo creyó con facilidad lo que decían las cartas, y aunque algunos lamentaron la muerte del rey, otros se ocuparon de elegir al nuevo soberano. El favorecido fue sir Mordred, pues ya se había ganado la confianza del pueblo. Pero al cabo de poco tiempo llegaron cartas verdaderas diciendo que el rey Arturo estaba vivo y que regresaba a su país para tomar de nuevo las riendas del gobierno. Cuando sir Mordred supo la noticia, reunió un gran ejército y con él se dirigió a Dover para impedirle el desembarco. Pero ningún ejército habría sido bastante poderoso para alejar al rey Arturo y a sus caballeros de la tierra que tanto amaban.
Combatieron con furia, y al fin pudieron asentar el pie en tierra, después de haber acabado con los hombres de sir Mordred, quien enfurecido reunió otro ejército y eligió nuevo campo de batalla, pero de nuevo fue derrotado, de modo que sir Mordred, el traidor, se vio obligado a huir. Muchos de sus partidarios lo abandonaron y se pasaron del lado del rey Arturo. Sin embargo, sir Mordred no había perdido las esperanzas de vencer al rey y, recorriendo el país, logró reunir un nuevo ejército tomando como aliados algunas bandas de anglos, sajones y jutos.
El rey Arturo, entretanto, había soñado que si sir Mordred emprendía otra batalla perecería en ella. Cuando supo que el traidor caballero se acercaba a la cabeza de otro ejército, salió a su encuentro, esperando que, cuando Mordred se hallara frente a él, se avergonzaría recordando su voto de obediencia. Mandó dos obispos a dialogar con sir Mordred para decirle que le gustaría hablar a solas con él. Mordred imaginó que el rey le ofrecería obsequios si ordenaba a su ejército que se retirara y desistiera del combate, pero a pesar de todo desconfiaba, y dijo que acudiría a la cita, pero en compañía de catorce hombres, y que el rey podía hacer lo mismo.
Los dos ejércitos, entretanto, permanecerían quietos, pero quedó establecido que si se levantaba una sola espada, aquella sería la señal para empezar la lucha. El rey Arturo hizo preparar algunos regalos para sir Mordred y sus hombres, pero mientras transcurría la fiesta con toda tranquilidad, una víbora se acercó al lugar en que estaban todos reunidos, y mordió a uno de los caballeros que, al sentir el dolor, sacó la espada para matar al reptil. En cuanto los dos ejércitos vieron brillar la espada, comenzaron la batalla, creyendo que aquélla era la señal convenida.
Pronto el campo estuvo cubierto con muertos y heridos, entre ellos el rey vio a su hermano, sir Kay y muchos otros héroes. Por su lado, Mordred se había quedado solo, aunque refuerzos sajones llegaron desde el este, estos fueron detenidos por Lancelot y Boores quienes acudieron en ayuda de los caballeros leales, se dice que ellos lograron dar caza a los hijos de Mordred.
Arturo vio que habían muchos heridos y muertos en su bando, y con desolación dijo:
—¡Ojalá Dios me permita hallar a sir Mordred, que ha causado tal matanza!
—No está lejos —contestó sir Bedivere—, pero sea prudente, recuerde su sueño y no se acerque a él.
—Aunque me cueste la vida, no permitiré que escape —contestó el rey.
Y tomando la lanza se dirigió a sir Mordred, gritando de ira.
Así la lanza del rey atravesó el cuerpo del caballero, que cayó herido de muerte, pero aún con fuerzas, también hirió a Arturo usando su vieja espada de paz.
El rey lesionado y exhausto se desmayó y sir Bedivere lo levantó, llevándolo a una capilla que había cerca de un lago. El rey, muy débil, ordenó entonces a sir Bedivere que tomara su espada Excalibur, la arrojara a las aguas del lago y luego le diera cuenta de lo que había visto.
Sir Bedivere tomó la espada y con ella se dirigió al lago. Pero no quiso cumplir la orden del rey, sino que ocultó la espada entre las matas. Luego regresó donde estaba el rey y le dijo que había cumplido su orden.
—¿Qué viste al hacerlo? —preguntó el soberano.
—Nada más que la ondulación de las aguas.
—No dices la verdad —contestó el rey—. Si quieres serme fiel, vuelve al lago y arroja la espada.
El caballero se dirigió de nuevo al borde del agua, sacó la espada del escondrijo dispuesto a cumplir la orden de su rey, porque era leal, pero de nuevo la belleza del arma le hizo cambiar de propósito. Luego regresó diciendo que esta vez había cumplido su orden.
—¿Qué viste? —preguntó el rey.
—Nada más que la ondulación de las aguas —repitió el caballero. —Me has mentido dos veces —contestó tristemente el rey— y, no obstante, eres un noble caballero. Ve de nuevo al lago y no seas desleal.
Por tercera vez sir Bedivere se acercó a la orilla del lago, sacó la espada de entre las matas y arrojó con todas sus fuerzas la magnífica arma en medio de las aguas. De pronto, salió un brazo que la tomó y después de blandirla tres veces desapareció bajo el agua.
Entonces sir Bedivere regresó con el rey y le dijo lo que había visto.
—Llévame al lago —dijo el rey—, pues ya he estado aquí demasiado tiempo.
Y el caballero llevó al soberano sobre los hombros hasta la orilla del lago. Allí hallaron una gran barca en la que estaban sentadas tres reinas feéricas que llevaban coronas de oro y hábitos negros con capuchones. Y en cuanto vieron al rey Arturo comenzaron a llorar.
—Colócame en la barca —mandó el rey.
Y en cuanto sir Bedivere lo hizo, la barca empezó a navegar. Desde tierra, contempló el manco caballero cómo se alejaba la barca y desaparecía por fin, y triste se alejó de allí hasta llegar a una ermita en donde vivió hasta el fin de sus días.
La barca navegó hasta llegar a la isla de Avalon, en donde algunos dicen que murió, y otros aseguran que el rey Arturo curó su herida y espera volver para librar a su país de toda suerte de enemigos.
Hermoso fin.
Siempre note el parecido con la clásica película Excalibur, me alegra que en esta versión de MyL los caballeros sobrevivieron hasta pelear con Arturo hasta su batalla final con Mordred, me gustaría leer la historia completa de espada sagrada, este año volveré a jugar, siempre jugué con mis amigos, pero nunca competí en un torneo, creo que después de 15 años, me daré ese gusto.