Departamento 406
por El Médico de la Peste
Desde la grisácea tarde Otoñal cambiante a la oscuridad iluminada por astros, interiormente se exaltó al reconocer su momento.
Desde su partida, María siempre fue objeto de su ser y el, esclavo de su recuerdo, formando una simbiosis de locura y dolor, una locura manifestada en llamados nocturnos, entonando a dioses del inframundo mediante garrasperos sonidos lagrimosos y salivales. El sonido del desgarro, de la desesperación que podían compadecerse hasta a un corazón coraza ¿Por qué, María?
Dubois, no adoptaba las normas, ni definía la moral, su objetivo era reencontrarse con su amada abandonada en el octavo círculo de Alighieri. Su último recuerdo, una lengua torcida y una purpurina piel ahogada por la soga serpenteada en el cuello, cual cadena de plata.
Haciendo memorias a leyendas Lovecraftianas, Dubois apretó su muñeca con la misma cuerda asesina y levantó su oxidada hacha sin filo y con un fuerte golpe rebanó su primera capa de carne de muñeca, siendo interrumpida con un hueso arisco al desprendimiento. No gritó, por dolor, sino por frustración. Estaba tan histriónico que la locura fue motivante para asestar el segundo golpe que marcó su objetivo por el sonido crujiente del hueso y el agujero dejado en el suelo.
Mientras la casa se ahogaba del rojo aterciopelado, Dubois dibujó un círculo alrededor del cuerpo putrefacto de su amada. Entonó un canto irreconocible, de esos cantos que llagan el alma y que te aprieta la yugular.
Semtarrem sumi per María Not siser denler Semtarrem sumi tun esre Sefar per María
El cántico aumentaba en decibeles, la vecina del 405 apretaba su rostro y tapaba sus oídos. Esa noche todos sintieron el dolor de Dubois, pero más aún, sintieron le putrefacción que emanaba del departamento 406.
La policía no tardó en llegar apreciando el macabro espacio. Un hedor a heces esparcidas en los muros, mitigados por el aroma azufre y putrefacción de un cuerpo ya reventado y rodeado de fluidos que emanaban gases que solo la muerte puede soportar, junto al cuerpo, un anémico hombre abrazando y besando al cadáver, haciendo una poesía grotesca de sangre, caca, muerte.
Con el tiempo, los policías entregaron la carta:
“Madre, padre, disculpen mi letra y lo expedito de esto, escribo con la izquierda, no me quedan dedos en una de mis manos y haré algo antes de que vuelva.
No sé cuánto más aguantaré esto, por eso, cuando lean esto sabrán que es mi carta de despedida.
Ya ni sé cuántos días llevo encerrada. El Sr. Dubois, así me ordena llamarle, dice amarme y castigarme por ello, pero cada vez que necesito comer u orinar me corta dedo por dedo, dice que es mi castigo por ofuscarlo. Ha salido y logré desprenderme, lamentablemente no puedo salir, esta todo con llave y nadie responde mis gritos. No quiero esperar a que vuelva.
Tomaré otra salida. Hay una soga, perdónenme por lo que haré, los llevo en mi corazón. Ojalá pudiera abrazarlos y decirles lo que los necesito en este momento.
Con amor, Carolina”