Deseo Cumplido
por Alcië Isilië
Querido diario:
Se suponía que hoy sería el mejor día del año.
Estaba tan emocionada que me levanté temprano, mucho antes de que fuera hora de tomar desayuno. Estaba muerta de hambre y me caía de sueño, pero aun así corrí a la ventana que da al patio y esperé ver un sol brillante saliendo entre las montañas.
Ese sería el primer saludo que recibiría hoy.
Pero con lo que me encontré fueron con unas nubes neeeeegras tapándolo todo… y un viento que hacía bailar al sauce.
Pensé que nadie vendría a mi fiesta, pero entonces me acordé de que esos vientos a veces dispersan las nubes, así que cerré los ojos y dije
—Que se vayan, que se vayan, que se vayan…
Y para no romper el hechizo me fui a acostar de nuevo.
No sé cuánto tiempo dormí, pero cuando mi mamá me despertó corrí a la ventana y adivina: todo seguía igual de negro.
Tomé desayuno con la cara larga, y aunque mi papá me dijo que no podía «pasarlo mal» el día de mi cumpleaños, yo no tenía ganas de nada. Volví a la pieza y estuve un rato jugando con mis caballeros, pero nada podía alegrarme el día, así que me eché en la cama y me puse a dormir.
Almorzamos mi comida favorita, pero no pude disfrutarla: todo el tiempo pensaba en que volvería a estar sola, que nadie excepto mis papás celebrarían conmigo. Ya ni siquiera tenía al Lucas que, si te acuerdas, lo tuvimos que enterrar en el patio hace unos meses porque «se fue a un lugar mejor», según mi papá.
Finalmente llegó la once y, como siempre, fuimos tres. Mi mamá me regaló ropa y mi papá me regaló una libreta bien bonita, que voy a usar cuando se termine esta. ¡Ah! Y mi abuela me mandó una pluma muy fina con la que ahora te estoy escribiendo.
Cuando llegó la hora de soplar las velas del pastel, cerré los ojos y pedí un deseo:
—Quiero un amigo, quiero un amigo, quiero un amigo…
Y aquí estoy, todavía esperando a ver si el deseo se hace…
El apagón la hizo detenerse. Dejó caer la pluma y comenzó a tantear el velador, buscando desesperadamente su linterna. Cuando finalmente la encontró, la encendió torpemente, las manos tiritándole por el miedo.
Iluminó cada parte de la habitación con la tenue luz y encontró que todo estaba en su lugar: la canasta con ropa sucia, el baúl con sus juguetes, el gigantesco ropero y el escritorio donde estaban sus libros y papeles. Suspirando aliviada, se puso la linterna en la boca y volvió a tomar la pluma, lista para terminar la anotación de su diario.
Entonces escuchó una voz chirriante susurrándole al oído:
—A… mi… go.
Su chillido se escuchó en toda la casa.
Cuando los padres entraron corriendo a la habitación, sólo encontraron el diario sobre la cama y la pluma nueva —goteando algo que parecía tinta rojo oscuro— manchando las sábanas.